lunes, 25 de mayo de 2009

Existir



¿Somos?, ¿No somos?, ¿Qué somos?

Años atrás, alguna vez puse en duda mi existencia y la de toda la gente que me rodea. Puedo estar más o menos segura de que yo sí que soy algo, pues la voz de mi pensamiento me advierte de que pienso ¿Pero quién me asegura a mí que los demás son, y no son un juego perverso que se ha inventado mi mente para no aburrirse? Podrían ser meros hologramas, un mundo de imágenes ficticias…

Divertido pensarlo, aunque tardé poco en olvidarme de esa idea, quizás por considerarla demasiado egocéntrica. Me planteé entonces otra más ortodoxa. Quizás seamos personajitos que nazcamos, crezcamos y nos reproduzcamos para al morir reencontramos con nuestros familiares y amigos que fueron pero ya no son… Sin embargo, esta opción tampoco calmaba mi sed de saber, sino que me despertaba más incertidumbre. ¿Qué se hace en la muerte? ¿Toda la muerte viviendo una nueva vida? ¿Existe el sueño? ¿Se silba? ¿Se come? ¿Y los animales, también se reúnen?

Bastantes dudas. Así que me pasé a analizar otros caminos, como el que propone el Budismo. Tal vez todos seamos siempre los mismos, y nuestras almas se vayan reciclando constantemente, ocupando cada vez un cuerpo distinto… Sin embargo, me cuesta creer que los peces tengan, entre branquia y branquia, una mente humana.

Sé que se han propuesto más vías para justificar nuestra existencia. Sin embargo, la verdad es que me resulta difícil creer a ciegas en ninguna. No es que sólo me fíe de lo que pueda ver y tocar, puesto que tampoco puedo asegurar qué es lo que estoy viendo y tocando. Pero es cierto que me resulta difícil encontrar una explicación convincente a “todo esto”. No sé si creo, ni qué creo si es que creo. No sé si habrá paraísos o infiernos, nirvanas o purgatorios. Sólo sé que espero que pase mucho tiempo antes de descubrirlo…


sábado, 23 de mayo de 2009

Recogiendo estrellas...



"La ignorancia es la noche de la mente,
pero una noche sin luna y sin estrellas"


Confucio


Si algo ha conseguido este blog es hacerme sentir que no hay nada más estimulante que seguir aprendiendo algo nuevo cada día. Me gusta pensar que es cierto que nunca nos iremos a dormir sin un conocimiento más con el que enriquecer la galería de nuestro pensamiento. Una nueva palabra, una canción, un beso o incluso un sabor desconocido. Todo ello son pequeñas estrellas que vamos recogiendo a lo largo de nuestra vida para que nos guíen en cada paso que demos, en cada intento ambicioso de rozar la luna...

Donde habite el olvido...



"Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido"

Luís Cernuda



Aún estaba en el instituto cuando descubrí este poema. Me acuerdo como si fuera ahora de esa escena, de estar escuchando embelesada desde mi pupitre cada palabra…

Recreando en mi mente una imagen. Un triste cementerio en el que montones de lápidas se ahogan silenciosamente entre hambrientos hierbajos. Lápidas esculpidas, adornadas con un nombre grabado. Un nombre que el viento va arrancando a embestidas, para llevárselo consigo a ninguna parte.

Y es que, ¿qué es cada una de nuestras vidas al convertirse en muerte sino un nombre perdido entre el tumulto de otros miles? Nos recordarán, sí. Por ser más listos o más bobos, por haber aportado algo a la humanidad o por haber fracasado en el intento. Pero con el paso de los días, de los meses, de los años, los que en un momento pudieron habernos recordado se pasarán a nuestro lado. Y entonces sí, ya sólo seremos unas pocas cenizas con un nombre.

Entonces ya estaremos allá, allá lejos… donde habite el olvido.

Fragmentos de realidad...



Recordando Mirall trencat, de Mercè Rodoreda...

Una torre decadente de estancias elegantes y envuelta por árboles señoriales, hogar de una familia de clase alta. Pero también un símbolo de vida y de muerte. Es en esta misma torre donde nace y muere el amor entre María y Ramón, dos hermanos que durante largo tiempo ignoraron serlo.

Al enterarse de su parentesco, presa de la rabia y el dolor, Ramón abandona la mansión dejando a María sin fuerzas para seguir adelante. Ella, esclava de su pasión y títere del sufrimiento, se lanza a los brazos de la muerte, expeliendo su último grito cuando su débil cuerpo de niña es atravesado por el tronco del laurel que reposa sereno en el patio… apuntando siempre al cielo con desafío…

A partir de entonces, poco a poco el vacío se va apropiando de la mansión. El silencio susurra en cada rincón. Y la torre se va convirtiendo en un baúl lleno de recuerdos de un tiempo perdido, de una juventud acabada y de una familia separada… de los despojos de unas vidas que estuvieron llenas de muerte y que ahora descansan bajo un cielo azul, infinito.

Se rompe así una realidad ficticia que quedará perdida en el tiempo pero conservada en el lugar más profundo del corazón de todos aquellos que a través del espejo de Mercè Rodoreda hemos disfrutado contemplándola...

El ritual del sábado noche


Entre los jóvenes, suele seguir siempre una misma pauta: se queda con los amigos, se cena y se va a bailar. Lo primero es ponerse de acuerdo en el día, para que todos podamos asistir. Cuando éste llega, las chicas nos pasamos toda la tarde ante el espejo o salimos en busca del vestido perfecto. Al llegar la hora, vamos al lugar acordado y esperamos inestablemente en nuestros zapatitos de tacón durante, como mínimo, media hora, a la espera de que llegue el más tardón. En el momento en que ya no falta nadie, nos dirigimos toda la troupe a un restaurante económico (que normalmente acaba siendo un asiático), para pedir el plato más barato de la carta y gastarnos el resto de dinero en sangría, para “alegrar” la noche.

En cuanto a la disposición, cada uno se sienta al lado de aquel que le resulta más simpático o, según como, más atractivo. Se van formando así pequeños grupos y se entablan conversaciones diferentes, pero al mismo tiempo parecidas, ya que los temas son más o menos siempre los mismos: chic@s, fiestas, estudios y fútbol. Recordamos cenas pasadas, cotilleamos, criticamos a los que no están presentes y comentamos lo mucho que nos encanta la ropa de los que sí han venido. También suele haber siempre alguien que recuerda anécdotas, a su parecer graciosas, de alguno de los allí sentados (al que curiosamente no le parecen tan divertidas), con lo que todo el mundo ríe a carcajada limpia.

Mientras, alguien saca su cámara de fotos para inmortalizar ese momento en el que los chicos ya se han manchado la camisa y a las chicas se nos ha corrido el rímel, para colgar acto seguido las fotos más ridículas en Internet y recordarlo años después con cariño. Cuando se ha acabado de cenar y el colectivo ya no sabe de qué más hablar comenzando así a desvariar, pagamos y vamos a algún parque perdido, donde hacemos uso de la “magia del botellón” (por si aún no lleváramos suficiente alcohol en las venas). Al acabarse el material o ser requisado por la policía, nos internamos en alguna discoteca, cuya música se apodera de nosotros hasta el amanecer, momento en el que nuestros estómagos, ojos y piernas nos piden una tregua.

Nos retiramos, nos besamos, nos decimos que nos queremos y pactamos volver a vernos cuando los estudios nos dejen respirar...

jueves, 21 de mayo de 2009

Dos mundos desiguales, una única realidad



Desnutridos, cansados, débiles y en las manos un sueño que se les escabulle entre los dedos: entrar en España. Así es como llegan a la frontera entre Marruecos y Melilla centenares de emigrantes procedentes de diversos países africanos como Senegal o Camerún, presas del hambre y la pobreza. ¿Su delito? Haber nacido en un lugar en el que el acceso a los recursos para nosotros indispensables es una utopía.

Víctimas de esta desigualdad ya en el vientre materno, al ser jóvenes intentan buscar un camino que les aleje de tal injusticia. Ven en Europa un mundo aparte y en él depositan la esperanza de una vida mejor. No es por gusto, es por necesidad. Son conscientes de que sus países natales no van a evolucionar… No pueden, no hasta que el resto de estados se solidaricen y les ayuden a salir del profundo pozo en el que se encuentran.

Sin embargo, esta solución es ilusoria, ya que fueron estos mismos territorios ricos los que les arrojaron a tal suerte en aquella época en la que el hombre blanco proclamaba a gritos su supremacía y sometía al llamado “de color” a su voluntad con tal pretexto. Fue entonces cuando a partir de la diferencia en el color de la piel, cultura y religión nació una desigualdad de etnia, no natural pero que se convertiría en universal y que perseguiría a las tribus autóctonas de dichas regiones hasta nuestros días.


Difícil es que los antiguos culpables se conviertan ahora en salvadores. Los estados ricos hacen oídos sordos ante esta injusticia, se limitan a expulsar a los inmigrantes cuando llegan a su dominio pidiendo ayuda, tratándoles como animales si es necesario. Les interesa que existan las desigualdades, puesto que son funcionales. Se necesitan recompensas desiguales para que el sistema funcione. Si no hay pobres, tampoco habrá grandes ricos.

En lugar de tanta inversión para mantener un sistema consumista, para financiar guerras, y para volvernos más ambiciosos, ¿no podría destinarse ese dinero a ayudar a los países que lo necesitan? ¿Cuánta gente más debe morir desnutrida o por enfermedades curables con un simple medicamento para que decidamos actuar? Si abriésemos los ojos para mirar a nuestro entorno, más allá de a nosotros mismos, no habría tantas vidas malgastadas en sobrevivir y el mundo se acercaría un poco más a ese concepto tan utópico al que llamamos igualdad.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Un Anillo para atraerlos a todos... y atarlos en las tinieblas




Hace ya bastante del lanzamiento a la gran pantalla de esta creación de Tolkien. Tan sólo tenía 13 años cuando vi por primera vez La Comunidad del Anillo. Mi mejor amiga me convenció para ir a verla, y al final de la película se lo agradecí. Cada escena me embaucó. Y justo salir del cine, comenzó nuestra adicción…

Al poco de salir en vídeo, la compramos. Nos pasamos tardes y tardes de sábado frente a la tele, mirando siempre la misma cinta. Y de tanto verla, nos aprendimos los diálogos. Una y otra vez, nos enzarzábamos en conversaciones ficticias repitiendo los fragmentos que más nos gustaban. Soñando que cabalgábamos por toda la Tierra Media, entre criaturas fantásticas y peligros ocultos.

Y cuando se estrenó Las Dos Torres, la alegría fue enorme. A diferencia de los que se cansaban de tanta batalla, nosotras nos alegrábamos de que fueran tan largas. Las tres horas y pico que duró la película se nos pasaron como si nada. Es más, habríamos preferido que hubiese sido mucho más larga…

Estuvimos un tiempo esperando, hasta que volvió. El Retorno del Rey, que en vez de poner un punto y final, incitó a nuestras mentes a seguir volando en ese cuento de ficción…
Conseguimos nuestro propio Anillo, imitamos las espadas, adiestramos a nuestros propios caballos imaginarios y nos leímos (a medias) la saga.

Ahora podría pensar que esa fascinación por la trilogía estaba justificada por mi corta edad, que eran cosas de niños. Sin embargo, no lo creo. Sigo pensando que ese mundo mágico de hobbits y elfos siempre me resultará atractivo, y sigo sin dudar un segundo al colocar esta película en el primer puesto de mi lista de favoritas. Y de vez en cuando, le quito el polvo a esas cintas de vídeo y saco a pasear un sinfín de recuerdos. Recorro los prados de la Comarca hasta sumergirme prudente en las profundidades de Mordor. Y sí, alguna lágrima hace amagos de asomarse, pero como dijo Gandalf…

“No diré no lloréis, pues no todas las lágrimas son amargas”.

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Sobre el buen periodismo...

Quizás suene a recurrente o poco original acudir a Kapuscinski. No dudo que haya miles de ensayistas seguramente igual de interesantes, cada uno padre de otras muchas e ingeniosas creaciones. Sin embargo, si me he decantado por analizarlo a él es básicamente porque aún me acuerdo de sus palabras. Y si las recuerdo es, sin duda alguna, porque me dejaron huella.

“Los cínicos no sirven para este oficio” no es una receta mágica que proponga los ingredientes necesarios para crear tu propia pócima de triunfo periodístico. Tampoco podría ser considerado el típico ensayo, al menos formalmente, ya que se trata de una transcripción de tres debates protagonizados por Kapuscinski. Sin embargo, siga un modelo estándar o no, consiguió matar de un tiro los pájaros que aún podían revolotear desorientados por los senderos de mi mente.

Se dice del cínico que es aquel que no muestra vergüenza en mentir o en practicar acciones o doctrinas vituperables e impudentes, que falten al respecto ¿Podría entonces una persona así ser un buen periodista? Esta es la pregunta no formulada explícitamente pero sí respondida, y de forma evidente, con un “no” rotundo a lo largo del ensayo. Y es que esta (y esperemos que también nuestra) profesión exige conocer el entorno y respetar a la gente sobre la que se escribe. Como bien dice Kapuscinski, el periodista no se puede limitar a redactar desde un despacho sin salir a la calle, sin enfrentarse cara a cara a los hechos, trabajando de la mano de la superficialidad.

Práctica y realista. Así es la obra de Kapuscinski. Fiel a su compromiso de no huir nunca de la realidad que nos envuelve, siempre con los pies en la tierra. El idealismo y la fantasía no tienen lugar en este ensayo, a diferencia de la denuncia y la crítica, las mejores armas para derrotar la mediocridad. Y es gracias a este inconformismo de Kapuscinski, a sus críticas y realismo, que comencé a entender que los medios de comunicación no son meros mensajeros; ni son inocentes ni ingenuas cada una de sus decisiones, selecciones o emisiones. Fue entonces cuando comencé a comprender que como empresa que son, el dinero es lo que realmente los mueve.

Pero lejos de desmotivarme, este ensayo me estimuló a seguir adelante. Puede que según que periodismo sea simplemente una pobre imitación del ideal, pero para eso estamos los que temerosos entramos en el mundillo de la información. Para cambiarlo para mejor. Quizás ese buen periodismo sea como Ítaca, y tengamos que esforzarnos en intentar atraparlo sin poder llegar nunca a vislumbrar su puerto. Pero sólo así, teniendo en mente nuestro destino, podremos tal vez conseguir mejorar el presente de la profesión.

Y quizás de aquí unos años no haya tanto cínico disfrazado de periodista, pero sí más intentos de periodista honrado.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Jugando con refranes...


He aquí mi wellerismo:

"Tanto monta, monta tanto" dijo el asno subiendo a espaldas de su amo.



Mientras iba pensando yo en mí wellerismo, también me ha apetecido ponerme a jugar con algunos refranes conocidos, modificándolos en parte, haciéndolos más divertidos...


Después de la tormenta viene arreglar el tejado.

Pan para hoy y michelines para mañana.

El pez grande se come al horno.

Me viene como anillo al cuello.

¡No cantes, Victoria, o hará mal tiempo!

A caballo regalado, vigila que no tenga troyanos dentro.

Urticante



Que pica. Este blog es propicio a producir en quien lo lee una comezón semejante a las picaduras de ortiga. A medida que uno avanza en la lectura, ciertas palabras pueden escocer hasta formar herida. Hay temas que duelen a quien difiere de las posturas que aquí se expresan. Otros pueden originar un inquietante hormigueo que tienta a pensar la vida de forma más crítica. Es un blog que a veces pica y otras incita a desarrollar opiniones. Como la ortiga, puede ser molesto e irritar al incauto que cae de pleno en él. Pero también puede utilizarse como remedio depurativo, que te limpia la mente de pensamientos ingenuos.

Y a quien le pique, que se rasque.


sábado, 9 de mayo de 2009

The boy in the striped pyjamas




La leí en inglés, me encantó. Es una novela amena, sencilla y de vocabulario nada estrambótico que no plantea dificultad alguna para ser comprendida. Pocas veces tuve que levantarme en busca del diccionario, pues las palabras más complicadas dejaban de serlo gracias al resto, a la utilidad del contexto.

Me gusta, de vez en cuando, leer en este idioma. Una misma novela, según la lengua en la que se haya traducido, parece otra. No sé qué tal será en castellano, si también tendrá la sensibilidad de la versión inglesa fundida en cada palabra. Sólo sé que en inglés consiguió cautivarme.

No suelo leer historias de guerra, me hinchan el cuerpo de una sensación mezcla de rabia e impotencia. Me hieren, y duele. Pero este libro no habla de batallas, de torturas ni de bombas; no se recrea en los muertos, ni en las mil formas de matar a una persona. Es verdad que intuye injusticias, la injusticia que sufrieron miles de personas encerradas entre murallas de piedra y vallas de alambre; pero lo que pretende no es detenerse a detallar la perversión de una época, sino destacar una tímida bondad que asoma la cabeza para intentar respirar entre el inmenso tumulto de crueldad, pero que acaba por ahogarse de forma literal.

La bondad de dos niños físicamente diferentes, de nacionalidades también diferentes, pero de corazón igualmente puro que no entienden de creencias ni de bandos sino de amistades verdaderas. Sin embargo, la guerra no se apiada de nadie, ni siquiera de los más indefensos. Y por eso, ese final tan espeluznante…

Bruno consigue saltar la pared para estar con su amigo. Los dos vestidos de la misma forma, juegan a estar en el mismo lado del muro, en el mismo bando. Cogidos de la mano, entran en una habitación abarrotada de gente. Los párpados pesan. Poco a poco, los ojos se van cerrando. Hasta que se quedan dormidos, para siempre. Y todo por haber estado en un lado determinado de la valla. Todo por llevar la cabeza rapada y un pijama de rayas.

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Una cita de ficción

Pasan tres minutos de las cinco de la tarde. Lisa espera con una humeante taza de leche entre sus manos, sentada en un café bohemio de Springfield. Le extraña que Andrés Hurtado se retrase. No importa, la tarde se presenta interesante. Hace tiempo desde la última conversación filosófica, en la que compartieron tantas dudas existenciales…

Lisa: ¡Andrés! Me alegro de verte –exclama levantándose, dibujando una tímida sonrisa.

Andrés: Hola Lisa, siento mucho el retraso –dice cabizbajo.

Lisa: No te preocupes, he aprovechado para adelantar mis deberes de aritmética ¿Qué tal estás?

Andrés: la verdad, bastante disgustado. Estoy en un momento de mi vida bastante crítico. Creo que me he equivocado de carrera, no tengo demasiados amigos, no le acabo de encontrar el sentido a la vida… y para colmo, mi padre no me comprende.

Lisa: Tranquilo, no eres el único que se encuentra perdido. Yo a veces también me siento completamente incomprendida en este mundo de locos. Soy joven, y por eso, nadie me escucha. Sólo tú. Bueno, tú y Stacy Malibu. Aunque sus oídos de plástico dudo que dejen que mis palabras se filtren hasta llegar a su cerebro.

Andrés: Gracias por intentar animarme Lisa, pero es difícil remontar. Solo de pensar que al volver a casa tendré que enfrentarme de nuevo a mi padre, a sus gritos, a su instinto de superioridad, a su desprecio… ¡qué los revolucionarios somos unos majaderos dice! ¡No tiene ni idea de lo que habla! Malditos sean él y su querido ejército…

Lisa: Vaya, Andrés, como lo siento… en realidad yo tampoco acabo de congeniar con mi padre. ¡A veces me pone de los nervios! No aprecia mi talento musical, no me lleva a las exposiciones de arqueología… ¡y ni siquiera quiso probar el gazpacho que le preparé el otro día! Prefiere alimentar su estómago a base de indefensos animalillos…

Andrés: Definitivamente, nada tiene sentido.

Lisa: Solo nos queda rezar a Dios, a Buda y a Bob Esponja.

Andrés: No me hables de Dios, que por culpa de los clérigos el mundo va como va…

Lisa: Tienes razón, tampoco soy yo muy devota. No sé muy bien qué o quién es Dios, solo sé que es más poderoso que papá y mamá juntos.

Andrés: ¿Qué podemos hacer pues? Si ser feliz parece imposible. No se puede confiar en nadie ni en nada…

Lisa: Si es que la felicidad es inversamente proporcional a la inteligencia. Así que lo tenemos difícil. Sólo nos queda refugiarnos en los números, en la ciencia… y en los dibujos animados.


*Este es solo un fragmento de la intensa conversación entre Lisa Simpson y Andrés Hurtado (protagonista del Árbol de la Ciencia). Mi compañera también ha reflejado en su blog una parte del curioso encuentro: http://sirkermarch.blogspot.com/

Links de interés

viernes, 8 de mayo de 2009

Aquella niña amarilla


La verdad es que nunca me había detenido a analizar, ni siquiera mentalmente, a este personaje. No es protagonista, ni tampoco la más graciosa de la serie. Quizás “Los Simpson” podrían haberse concebido y triunfado entre el público igualmente sin ella, quién sabe. Aunque de no haber existido, lo más seguro es que el desmadre de estos dibujos se habría multiplicado.

No es que me sienta identificada con ella, que al mirar esa figura amarilla vea en ella mi propio reflejo. Es más, he de reconocer que al principio me generó cierta antipatía y que siempre me he reído mucho más de las andaduras de su hermano que de sus monólogos científicos. Sin embargo, al detenerme un segundo a reconsiderarla, me he dado cuenta de que tampoco somos cielo y tierra.

Ella es…

La perseverancia personificada. Tiene una fuerza de voluntad de hierro que le lleva a perseguir y alcanzar todas las metas que se propone. Mi voluntad más bien es de aluminio, pero también sabe resistir cuando algo se me instala entre ceja y ceja.

Luchadora. Sus creencias son claras, definidas y siempre está dispuesta a defenderlas. No se rinde, sino que combate día tras días para que se cumplan sus ideales y acaben lo que ella ve como injusticias. Yo quizá me tome algún día de descanso en esa lucha, pero si peligra algo en lo que creo firmemente, lo defiendo a golpe de palabra.

Soñadora. Y enamoradiza. Tener los pies en la tierra la mayoría del tiempo no le impide elevarse hasta lo más alto de vez en cuando, para perderse entre las nubes de su imaginación, entre sus fantasías. A mí también me gusta soñar, pues aunque los sueños, sueños sean, también forman parte de nuestra realidad.

Pero también es…

Algo irritante. Y pedante. Tiende a pecar de sabelotodo, motivo principal por el cual no cae demasiado bien en su entorno. Me tomo la libertad de no sentirme identificada en este aspecto.

Si pudiera elegir, elegiría hacer una nueva serie centrada en ella. Y si también pudiera, me pintaría de amarillo, escabulléndome de la realidad para sumergirme en la ficción y situarme en el papel de amiga. Una de esas amigas que te separan un poco de los libros, y te descubren que hay mil experiencias divertidas no escritas.

¿Qué ha aportado mi personaje a la humanidad? No creo que sean muchos los que se hayan percatado de los valores que representa. Pero se merece que no sólo veamos en Lisa a una niña repelente, sino que apreciemos la solidaridad, bondad y pureza que encarna su figura.

jueves, 30 de abril de 2009

Units a Goku, no hi ha cap perill

No es un superhéroe convencional. No lleva capa, ni un logotipo de murciélago estampado en el pecho, tampoco le salen telarañas a presión de las muñecas ni lleva los calzoncillos encima de ajustadas mallas de colorines. Pero al igual que la mayoría de personajes extraordinarios no es humano, tiene una fuerza sobrenatural, sabe volar y dedica su vida a salvar al mundo de toda amenaza destructiva. Son Goku, el guerrer de l’espai. Mi personaje de ficción favorito, el protagonista de Bola de Drac, mítica serie que marcó mi infancia.

Siendo tan solo un bebé y antes de que su planeta natal fuera destruido a manos de Freezer, es enviado a la Tierra con un objetivo muy concreto: conquistarla para continuar expandiendo así el poder de su raza. Sin embargo, nunca llegó a hacerlo, más bien todo lo contrario. Al poco de estar en la Tierra, acogido por el anciano Son Gohan, quien lo encuentra y cuida como si fuera su nieto, Goku se da un golpe en la cabeza olvidando su misión de matar a la humanidad. Unos orígenes un poco turbulentos, sí. Pero su pasado no le impide convertirse en un héroe.

Algunos denuncian que Bola de Drac es una serie violenta. Bueno, no negaré que lo sea. Tiene escenas de lucha, muerte y sangre; sería estúpido negarlo. Pero no se reduce a eso, no pretende hacer una apología de la crueldad. No es ese su significado ni los valores que pretende hacernos llegar. No, no es eso. Bola de Drac va más alla.


La amistad, la generosidad y el respeto. El amor a la familia, la solidaridad y la fuerza de voluntad. El no decaer nunca. El siempre seguir adelante. Son Goku no sólo es un héroe para el mundo al que constantemente salva, también es un ejemplo de superación constante. Goku no se rinde nunca; y si se deja vencer, es con el fin de salvar a los suyos.

Es suficiente con detenerse a escuchar las canciones de la serie, para darse cuenta de su significado. Después de todo, no distan tanto del poema de Kavafis. La lucha no es más que la que uno mantiene consigo mismo y con el mundo para seguir adelante, aprovechando la vida al máximo, segundo a segundo, continuando el viaje…

“...vols ballar, amb mi,
en aquest difícil camí de llum i ombra?
encara m'estimes?
vols que continuem el viatge junts...?”

“...a vegades vull mirar enrere,
a vegades vull mirar cap a una altra banda,
però lluitaré amb amor, coratge i orgull...”

Sorprende como una sola canción puede traer tantos momentos, tantos recuerdos. Tanta emoción.

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Links de interés y recomendaciones:

-No aconsejo de ningún modo ver la recién estrenada “película” Dragon Ball Evolution, es un atentado a la mítica serie.

http://www.youtube.com/watch?v=w-NIec9CYxc

http://www.youtube.com/watch?v=GLcVciLV2dw

domingo, 26 de abril de 2009

No es otra más de caballeros




Un musical divertido, lleno de colorido, buenos actores y decorados minuciosamente elaborados que van cambiando constantemente durante dos horas y cuarto al ritmo de alegres canciones, dando vida al teatro. Cedida por los Monty Python’s, dirigida por Tricicle y ambientada en la Edad Media, Spamalot representa la búsqueda del Santo Grial por parte del rey Arturo y sus inseparables caballeros.

Antes de verla, podría parecer infantil: caballeros rechonchos, una princesa del lago, vacas de goma y conejos de peluche plasmados en portada. Incluso ya uno en su asiento, al echar un vistazo a su alrededor y ver una cincuentena de niños inquietos medio-sentados, medio-de-pie, esperando impacientes el comienzo de la función, podría pensar que se ha equivocado de lugar. Nada más lejos; de infantil, cero.

Ya al poco rato de empezar, salen a escena un cura y una monja que, simulando estar enamorados, bailan de forma escandalosa, haciendo piruetas por todo el escenario y dejando al descubierto entre salto y salto su ropa interior. No es el único momento en el que se pretende caricaturizar a la Iglesia. A mitad de la obra, un cura (diferente al anterior) se pasea por las calles de una aldea con una bolsita entre sus manos pidiendo “que alguien le eche una mano a los pobres”, a lo que uno de los caballeros responde arrancándose una mano y poniéndola en la bolsa. Pero aquí no acaba el sarcasmo, pues el momento más crítico de todos viene al final, cuando el rey Arturo lee en la Biblia las instrucciones sobre cómo quitarle la anilla a una granada. Una crítica tras otra a la religión, huella inconfundible de los Monty Python’s.


No creo que los niños entiendan tales escenas, ni tampoco porqué de repente uno de los caballeros aparece en cueros, tan solo tapado por un minúsculo tanga de lentejuelas que reza la palabra “Lanzelot”; como tampoco que adivinen porqué las bailarinas, cada una con una letra de la palabra “Camelot” pintada en su pecho, al juntarse forman, erróneamente, la expresión “t la come”.

No, definitivamente no creo que los más pequeños entendieran demasiado. Supongo que se quedaron con los disfraces llamativos, la melodía de las canciones y con los graciosos animalillos que daban saltos por el escenario. Aún así, a pocos niños oí reír; lo que sí vi fue a más padres preocupados.

Una obra muy crítica sí, pero a mí me gustó. De vez en cuando va bien que el arte nos despierte el espíritu inconformista que tenemos dentro, casi siempre callado, durmiendo.

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Links de interés:



Véase también la película de los Monty Python’s “La vida de Brian”: http://www.youtube.com/watch?v=y40fXnVCmhI



miércoles, 22 de abril de 2009

Ruidoso silencio






El silencio, el silencio absoluto. El no hablar ni oír palabras, gritos, sonidos remotos, ni tan solo susurros. El no ruido que nos relaja y libera de los chillidos del mundo cuando llegamos a casa y nos dejamos caer, exhaustos, sobre la cama. Una sensación placentera que nos evita prestar atención, escuchar nada...

¿Silencio absoluto? No, el silencio absoluto no existe. Aunque no escuchemos, siempre oiremos algo. El silencio no es mudo, también habla. Habla de amor cuando dos personas se miran a los ojos, quietas y abrazadas, sin pronunciar palabra; de tristeza, cuando invade la habitación de aquel que agarrado a su almohada, con los ojos vidriosos y la luz apagada, intenta sin éxito conciliar el sueño; o incluso de vida, cuando acompaña al sol en el lento despertar de un nuevo día.

Y las veces que calla, para dejarnos descansar y saborear la paz que nos brinda, somos nosotros los que queremos hablar. Rompemos el silencio, abarrotándolo de conversaciones con nosotros mismos, con nuestro interior. Nuestra mente, inquieta, no puede dejar de preguntarnos y de preguntarse a sí misma cualquier cosa, cualquier duda, constantemente, en busca de una respuesta.

Sólo cuando nos dormimos dejamos de oír al mundo. Caemos en un coma profundo, enmudeciendo la voz de nuestros pensamientos. Aunque entonces, volvemos a quebrar la paz que nos traía el reposo: nos adentramos en el reino de los sueños. Y hablamos, reímos, cantamos y vivimos dormidos una ficción que nos sabe a realidad.

Silencio, ¿qué eres? Si siempre que no estás se oye algo, y cuando vienes, también. Que hasta nuestro respirar es sonido, incluso el eco de nuestros pasos o la cadencia de nuestros latidos. Que es imposible acallar al mundo, borrar todo sonido. Siempre oiremos algo, aunque sea tan tímido como un murmullo, y aunque no venga de fuera, de nada de lo que nos rodea; sino de dentro, de un rinconcito perdido de nuestra cabeza.


viernes, 10 de abril de 2009

Haikus varios...






Arranca el mar
la arena de la playa
para llevársela consigo



Convierte la noche
el mundo en ciego;
palpo para ver


Muere la lluvia
al absorberla la tierra
sedienta de cielo


Burlábase el día,
creyéndose más sabio que la noche
por crear luz


Sonreía la ofendida,
pues sabía que los enamorados
prefieren su negrura


Pide al cielo
que le regale su magia
vestida de blanco


Cierro los ojos,
sé que estoy en mi tierra;
huele a mar

jueves, 9 de abril de 2009

Un pecado muy apetecible...



“Falta culpable de esfuerzo físico o espiritual; acedia, ociosidad (Catecismo de la Iglesia Católica 1866, 2094, 2733)”. Más comúnmente conocida como la pereza, uno de los siete vicios o pecados capitales enumerados por Santo Tomás.

Largo y tendido ha flotado en el ambiente esa mezcla de pavor y tirria hacia “el holgazán”, hacia aquel que no entregaba cada segundo de su vida al trabajo o a servir a Dios, su dios. Se exigía un rendimiento extremo, no caer en la ociosidad. Ya lo dijo Napoleón: “cuanto más trabajen mis pueblos, menos vicios habrá”.

Producir, producir y producir. ¿El tiempo que no se destinaba al oficio? antieconómico. Fueron muchas las personas sobreexplotadas a causa de esta obsesión por trabajar anclada en la mente de los que precisamente poco (o nada) lo hacían. De sol a sol, sin tiempo casi de respirar y mucho menos de vivir, cantidad de generaciones vivían únicamente para y por su oficio. Podría decirse que más que humanos eran máquinas, aunque claro, no el tipo de máquinas con las que nos obsequió la Revolución Industrial.

Una revolución que si bien parecía traer consigo el apocalipsis al obrero, poco a poco le dio pedacitos de paz. Pues fue entonces, a partir del siglo XIX, cuando a modo de regalo se fue dando a los trabajadores trocitos de vida, cada uno válido por un tiempo concreto. Una hora, dos, tres… momentos de libertad, para disfrutar, para estar a solas consigo mismo y con los demás. Y poco a poco, fueron siendo cada vez más. Vino así el ocio temido, temblando clérigos y capataces, para instalarse definitivamente. Eso sí, tras infinidad de quejas y mucho reivindicar.

Paul Lafargue, uno de sus incondicionales, reclamó repetidamente en sus escritos el “derecho a la pereza”, entendida no como algo negativo sino como una liberación de la esclavitud laboral; como una manera de romper con lo que él llamaba “la manía de trabajar”, la ofuscación por no parar ni siquiera para tomar aliento.

Poco a poco, el ocio se abrió paso en la vida de cada individuo, buscando un hueco en ella. Y así, la gente comenzó a reunirse en el espacio público para disfrutar de su (poco) tiempo libre. Ferias ambulantes, circos y parques eran puntos de encuentro comunes, lugares idóneos para relacionarse con conocidos y desconocidos, los mejores escenarios para la socialización.

Pero de estar en la calle se pasó a un cuarto, amplio pero aún así cerrado: nace el cine, que no mata pero debilita a la mítica feria. Y luego aquella enorme pantalla dio lugar a otra más pequeña, que se veía en una sala aún más pequeña también: la televisión, que ya sí que deja medio muerto al ágora. La gente se recoge en sus casas, se aísla en su espacio más íntimo del mundo exterior para, evitando la realidad, sumergirse en la ficción.

Parece ser que padecemos agorafobia y nos da miedo disfrutar de nuestras calles, campos y ciudades. Parece, sí, que también tenemos cierta fobia social, pues preferimos pasarnos una tarde entera contemplando imágenes varias proyectadas por un rectángulo de circuitos antes que verlas en directo con nuestros propios ojos, desde nuestra propia experiencia y con otros seres de nuestra especie. Que nos inclinamos más por interactuar con un objeto inerte antes que con un amigo de carne y hueso.

Como destaca el catedrático Manuel Cuenca, estamos ante una clara tendencia al individualismo en detrimento de lo colectivo y lo público; y ante un incremento de las tecnologías de la comunicación que realmente se acompaña de una gran incomunicación.

Los tiempos cambian y el ocio también. Si bien progresivamente hemos tenido más tiempo para disponer de él, cada vez lo hemos aprovechado menos. Qué se le va a hacer, no hay que mirar hacia atrás pues el pasado, pasado está, y el futuro es la esperanza… ¿no?

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sábado, 28 de marzo de 2009

Siéntate y espera, está a punto de llegar





Te invito a enfrentarte a la muerte. Te invito a no temerla. A que te plantees porqué y para qué estás viviendo. A que dudes de si es necesaria tu existencia. O lo que es lo mismo, a recorrer los pasillos de la Fundació Joan Miró, con tu mente bien abierta, hasta dar con Her memory, una obra atrevida y diferente.

Decenas de lonas de papel amarillento y arrugado colgando, sin marco, de las paredes. Los dibujos que las visten, en su mayoría carentes de color, pero intensamente iluminados por los focos de la sala. Los trazos, negro carbón, delinean infinidad de siluetas femeninas. Mujeres de diferentes razas y edades que esperan, pacientes, a que llegue su hora. Seguramente, no leyeron el poema de Kavafis, pues cansadas de vivir aguardan sentadas y con flores marchitas sobre su regazo a que la muerte se las lleve de la mano.

La colección, obra de la norteamericana Kiki Smith, es un canto a la muerte a la vez que una reflexión de la vida, en el que la religión ocupa un lugar central. Muchos lienzos representan la liberación del alma al morir, su separación respecto al cuerpo inerte y el posterior ascenso hacia el cielo; otros simulan la aparición del Espíritu Santo convertido en paloma, anunciando a una mujer el momento.

Pero no todo son cuadros, también hay escultura. Bombillas recubiertas de purpurina que penden del techo, enormes y también enanas estatuas de bronce, láminas de vidrio pintadas, un ataúd de madera, sillas de papel maché, ratas y cuervos de plástico, y flores, muchas flores. Flores secas o marchitas, muestra del desvanecimiento, símbolo asociado a la muerte.

¿La inspiración de la autora? Sus propias vivencias. Como ella misma afirma en el vídeo que se emite entre cuadro y cuadro, la muerte de su hermana, padre y madre hizo que sintiera la necesidad de abarcar este tema. En alguno de los cuadros, es su hermana la que descansa en la cama, con lirios entre sus manos; en otros, es la propia Smith la que se autorretrata en la misma situación, con los ojos cerrados, esperando.


La estrategia narrativa de la obra consigue su objetivo: promover la reflexión. El observador participa, necesita hacer uso de su imaginación para comprender lo que está viendo. Primero se presenta la colección, lienzo a lienzo, habitación tras habitación. Sin más información que el título de cada cuadro, uno va intentando descubrir su significado. Hasta que, a mitad del recorrido, topa con un video explicativo en el que se muestra a grandes rasgos el proceso de creación de cada dibujo, así como su simbolismo. En ese punto, uno puede evaluar su análisis realizado y modificar algunas interpretaciones de ser necesario, para seguir escudriñando el resto de la exposición.

Si bien esta táctica ayuda a estimular nuestro pensamiento, la de poner los títulos de las obras en un folleto incita a confundirlo. Para mi gusto, cada pintura debería ir acompañada de un rótulo con su nombre. Al principio resultó divertido intentar encontrar en el mapa el cuadro ante el que estabas. Era como jugar a piratas. Pero al cabo de un rato, harta de aquel embrolloso folleto laberíntico plagado de números y salas, te cansabas de buscar el tesoro.

Otra observación constructiva: no todos los visitantes son españoles, catalanes o ingleses. A la hora de ver el vídeo, los folletos explicativos solo estaban en estos tres idiomas, con lo cual hubo gente que al constatarlo optó por no coger ninguno.

Dejando a un lado las críticas, la verdad es que me gustó la obra, tanto su contenido como su puesta en escena. Aunque a momentos me pareció un tanto tétrica e inquietante, me atrajo su originalidad, la profundidad de su trasfondo y el desafío que me sugería: desentrañar su simbolismo.




Fisuras en la cultura


¡Trabaja como un negro,

hace el indio,

y va como un gitano!

¿Discriminación?

¡Vaya cuento chino!


Qué generosa nuestra lengua, que tiene mil y una expresiones para halagar a todas las etnias. Y que desagradecidos ellos, que no saben comprenderlas.


¡Bienvenido al etnocentrismo! aunque por si no lo sabías, ya lo conocías. Nuestra sociedad, entre otras, lo utiliza. Se trata de una manera de ver el mundo desde la convicción de que la propia cultura es la principal, la mejor, la auténtica. Basta coger un mapamundi para comprobar esta tendencia: ¿quién está en el centro, ombligo del planeta? África seguro que no.

A veces y a escondidas, esta visión se codea con el racismo, que considera al otro no solo diferente, sino inferior. Son dos puntos de vista espinosos, la mayoría de veces tímidos y reservados. Cuando preguntas a cualquiera, se esconden. Resulta que no hay nadie racista, como mucho algún ordenado suelto: cada cosa en su lugar y cada mochuelo a su olivo.

Son tendencias calladitas que aparecen de forma implícita y sutil. Es el nuevo racismo. Van Dijck, lingüista holandés y uno de los fundadores del análisis crítico del discurso, lo define como diferente al del apartheid, la esclavitud, los linchamientos y al del desprecio explícito en el discurso público. Un racismo que, según Barkler, para ser democrático y respetable niega ser racismo. Se camufla en opiniones y críticas constructivas hacia el resto de culturas, que ya no se tachan de inferiores sino de diferentes con alguna deficiencia. ¡Vaya progreso! ¡Cuán enorme!

Estas opiniones nacen y crecen en una misma comunidad. Van Dijck afirma que los prejuicios e imágenes estereotipadas surgen de la sociedad y en ella se consolidan, hasta convertirse poco a poco en ideología. La cultura se alimenta del conjunto de opiniones compartidas por sus miembros, creando una sólida base de creencias negativas sobre los otros, aquellos extraños. El racismo pues, no es innato, se va aprendiendo y heredando. Su mejor mecanismo de difusión, el texto y la palabra. El famoso discurso del que habla Van Dijck.



Y aquí entran los media, poderosos propagadores de ese conglomerado de ideas, valores y actitudes. Su discurso es de masas. Su influencia, también masiva. Y su conducta, por tanto, debería ser modélica. Pero pocas veces es así. Son escasos los medios que al hablar de otras culturas no caigan en un trato desigual, que en sus noticias no discriminen al diferente. ¿Cuántas veces hemos leído aquello de “una invasión de ilegales” o “un hombre de color”, como si la normalidad estuviera en ser blanco? ¿Y cuántas hemos comprobado la facilidad con la que se insinúa el terrorismo como práctica musulmana? Por no hablar de la discriminación sexual, la anulación de la existencia femenina al utilizar expresiones como “el hombre” en lugar de “el ser humano”.

Aunque no de forma explícita, los medios ayudan a perpetuar el ideario discriminatorio, a conseguir que se asuma de forma natural como parte del sentido común, de aquello que es comúnmente aceptado por toda una sociedad. Según Van Dijk, los medios de comunicación, al igual que el resto de élites que tienen acceso al discurso público (como son los políticos o los profesores), actualmente son la fuente primaria del conocimiento y de la opinión étnica en la sociedad.

Es decisión nuestra sellar las fisuras que resquebrajan nuestra cultura, pues cada uno de nosotros es creador y transmisor de saber. Somos responsables del conocimiento que propagamos y en nuestra mano queda eliminar o perpetuar las desigualdades que nosotros mismos hemos generado.
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Links de interés


http://www.thesun.co.uk/sol/homepage/news/article2218699.ece

http://www.thesun.co.uk/sol/homepage/news/article1753543.ece

http://www.thesun.co.uk/sol/homepage/news/article88553.ece

http://www.elpais.com/articulo/espana/avalancha/inmigrantes/Canarias/sigue/llegada/nuevas/barcazas/elpporesp/20060821elpepunac_2/Tes

http://www.ultimahora.com/notas/102426-Survival-acusa-a-diario-paraguayo-del-

http://www.discursos.org/oldarticles/An%E1lisis%20del%20discurso%20ideol%F3gico.pdf

http://www.discursos.org/oldarticles/Discurso%20y%20racismo.pdf

http://www.discursos.org/oldarticles/Nuevo%20racismo%20y%20noticias.pdf

http://www.portalcomunicacao.com/esp/pdf/aab_ent/dijk.pdf

sábado, 21 de marzo de 2009

Welcome to England and have a nice rainy stay!



Nunca me imaginé paseando por la calle a la hora de merendar con un cucurucho de pescado rebozado y patatas fritas bañadas en kétchup entre mis manos. No porque no me guste el pescado, sino porque en ese momento y lugar lo normal me hubiese parecido un helado. Ya se sabe, el ser humano es un animal de costumbres. Y todo lo que no estamos acostumbrados a ver o hacer, nos parece raro.

Pero no, los ingleses ni tienen cuatro piernas ni respiran por los brazos. Tienen hábitos diferentes a los nuestros, pero no por ello más extraños. Es cuestión de familiarizarse. En tres semanas, yo tuve tiempo de semi-adaptarme, y aspectos al principio curiosos, al final se convirtieron en habituales.

Mi estancia la pasé en casa de una familia autóctona de Hastings, pequeño pueblo de la costa sur-este de Inglaterra. Annie, la madre, una treintañera parlanchina y vivaracha; Denis, un bebé recién nacido bastante llorón; y David, el padre, hermano o quizá ex novio, (increíblemente, no me llegó a quedar claro su papel) que aunque no vivía en la casa, cada día se asomaba por la puerta.

La casa en sí, como las del resto del barrio, era individual, alta y delgada. Tenía dos jardines, uno delantero y otro trasero, ambos revestidos de flores y adornados con estatuillas diversas, desde el típico gnomo hasta una tortuga de mármol; y dos plantas, completamente tapizadas con una suave moqueta beis. Resultó que era costumbre enmoquetar las casas. Por eso, la norma principal consistía en quitarse los zapatos en el recibidor. Aún así, llegar a mi habitación sin manchar nada era todo un reto: atravesar el jardín siempre embarrado por la lluvia incesante, dejar mis bambas sin salir del recuadro no enmoquetado y finalmente subir las escaleras con los pantalones empapados arremangados hasta las rodillas. Sí, es cierto, era una moqueta muy bonita, pero ¿no podría ser de un color más oscuro?


Pero este desafío, poco a poco logré dominarlo. Lo que más me costó de mi estancia fue muy distinto: enseñar a mi estómago los nuevos horarios. Con el desayuno, no hubo problema: a primera hora, la panza bien llena. El problema llegaba de la mano del lunch time y su cheese sandwich, que más que una comida se asemejaba a un segundo desayuno. Así, llegaba a las seis a casa bailando al son del rum-rum que entonaban mis tripas. Pero allí estaba el dinner, esperándome para ser devorado. Una cena que no solía defraudar mis papilas gustativas: baked beans, quiche o empanada de carne, todo me sabía a gloria. Y si era domingo, aún mejor: roast beef acompañado de un pequeño yorkshire pudding y sweet potato, sazonado con un derivado de la salsa barbacoa. Pero eran las seis de la tarde. ¡¡Sólo las seis!! ¿¿Cómo sobrevivir hasta el día siguiente?? Pronto entendí la importancia del supermarket y poco tardé en abastecer mi refugio de un inmenso arsenal de galletas de mantequilla. Sí lo reconozco, en ese sentido no llegué a adaptarme. Hubiese necesitado una estancia más larga o pasarme la mayor parte del día durmiendo.

En cuanto al pueblo, ciertamente Hastings es un buen sitio para mejorar el idioma. Teniendo en cuenta que había una media de tres españoles por familia inglesa, uno volvía a casa con un castellano indudablemente más rico y fluido. Quizás por esa spanish riot, muchos fueron los ingleses que por la calle endulzaron nuestros oídos con una elaborada sarta de insultos. Seguramente, se sentían invadidos. También es cierto que otros fueron más sutiles, y al preguntarles por una dirección, nos indicaron que el camino más corto era por mar rumbo a España. Así que no, la verdad es que no di con el mítico inglés polite al extremo. Pero bueno, de nuevo los tópicos de los que hablábamos. Habrá de todo, como en todas partes. Ni todos los ingleses pedirán perdón por pestañear ni todos serán tan sumamente maleducados.

¿Y qué hay del clima? Con un poco de suerte, lloviznaba. Pero lo que no mata hace más fuerte. Y tanto llover, me hice inmune a los resfriados. Mi ropa no tenía tiempo de secarse, así que tanto me daba si el cielo se tomaba un respiro como si llovía todo el rato. Acabas por acostumbrarte. Y lo curioso es que justo se vislumbraba un rayo de sol entre las nubes, la playa enseguida se abarrotaba. Para mí hacía frío, pero después de todo, era verano ¿no? Y la verdad es que era divertido: tomábamos un rato el sol y otro la lluvia. El paraguas siempre servía, unas veces como tal y otras como parasol.

Aunque al principio me costó emprender el viaje, la experiencia valió la pena. Es cierto que cuando viajamos, no sabemos qué nos espera en nuestro destino. Con miedo, llegamos a un mundo para nosotros desconocido. Pero lo único que necesitamos es intención. Intención de conocer el país y la cultura en la que nos adentramos, olvidando prejuicios y recelos. Comprendiendo que las diferencias entre tradiciones no son rarezas sino singularidades que las convierten en únicas. Solo se necesitan tiempo y ganas para adaptarse a las nuevas costumbres. Y entonces lo raro dejará de parecérnoslo. Tiempo y ganas, solo es eso.

Por eso, aunque pueda decir que he estado en Inglaterra, puede que sea precipitado afirmar que la conozco. Para conocerla a fondo necesitaría más tiempo. Puede que notase su aroma, sí; pero tal vez no toda su esencia.

Mejor. Así hay excusa para volver.