jueves, 21 de mayo de 2009

Dos mundos desiguales, una única realidad



Desnutridos, cansados, débiles y en las manos un sueño que se les escabulle entre los dedos: entrar en España. Así es como llegan a la frontera entre Marruecos y Melilla centenares de emigrantes procedentes de diversos países africanos como Senegal o Camerún, presas del hambre y la pobreza. ¿Su delito? Haber nacido en un lugar en el que el acceso a los recursos para nosotros indispensables es una utopía.

Víctimas de esta desigualdad ya en el vientre materno, al ser jóvenes intentan buscar un camino que les aleje de tal injusticia. Ven en Europa un mundo aparte y en él depositan la esperanza de una vida mejor. No es por gusto, es por necesidad. Son conscientes de que sus países natales no van a evolucionar… No pueden, no hasta que el resto de estados se solidaricen y les ayuden a salir del profundo pozo en el que se encuentran.

Sin embargo, esta solución es ilusoria, ya que fueron estos mismos territorios ricos los que les arrojaron a tal suerte en aquella época en la que el hombre blanco proclamaba a gritos su supremacía y sometía al llamado “de color” a su voluntad con tal pretexto. Fue entonces cuando a partir de la diferencia en el color de la piel, cultura y religión nació una desigualdad de etnia, no natural pero que se convertiría en universal y que perseguiría a las tribus autóctonas de dichas regiones hasta nuestros días.


Difícil es que los antiguos culpables se conviertan ahora en salvadores. Los estados ricos hacen oídos sordos ante esta injusticia, se limitan a expulsar a los inmigrantes cuando llegan a su dominio pidiendo ayuda, tratándoles como animales si es necesario. Les interesa que existan las desigualdades, puesto que son funcionales. Se necesitan recompensas desiguales para que el sistema funcione. Si no hay pobres, tampoco habrá grandes ricos.

En lugar de tanta inversión para mantener un sistema consumista, para financiar guerras, y para volvernos más ambiciosos, ¿no podría destinarse ese dinero a ayudar a los países que lo necesitan? ¿Cuánta gente más debe morir desnutrida o por enfermedades curables con un simple medicamento para que decidamos actuar? Si abriésemos los ojos para mirar a nuestro entorno, más allá de a nosotros mismos, no habría tantas vidas malgastadas en sobrevivir y el mundo se acercaría un poco más a ese concepto tan utópico al que llamamos igualdad.

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