jueves, 30 de abril de 2009

Units a Goku, no hi ha cap perill

No es un superhéroe convencional. No lleva capa, ni un logotipo de murciélago estampado en el pecho, tampoco le salen telarañas a presión de las muñecas ni lleva los calzoncillos encima de ajustadas mallas de colorines. Pero al igual que la mayoría de personajes extraordinarios no es humano, tiene una fuerza sobrenatural, sabe volar y dedica su vida a salvar al mundo de toda amenaza destructiva. Son Goku, el guerrer de l’espai. Mi personaje de ficción favorito, el protagonista de Bola de Drac, mítica serie que marcó mi infancia.

Siendo tan solo un bebé y antes de que su planeta natal fuera destruido a manos de Freezer, es enviado a la Tierra con un objetivo muy concreto: conquistarla para continuar expandiendo así el poder de su raza. Sin embargo, nunca llegó a hacerlo, más bien todo lo contrario. Al poco de estar en la Tierra, acogido por el anciano Son Gohan, quien lo encuentra y cuida como si fuera su nieto, Goku se da un golpe en la cabeza olvidando su misión de matar a la humanidad. Unos orígenes un poco turbulentos, sí. Pero su pasado no le impide convertirse en un héroe.

Algunos denuncian que Bola de Drac es una serie violenta. Bueno, no negaré que lo sea. Tiene escenas de lucha, muerte y sangre; sería estúpido negarlo. Pero no se reduce a eso, no pretende hacer una apología de la crueldad. No es ese su significado ni los valores que pretende hacernos llegar. No, no es eso. Bola de Drac va más alla.


La amistad, la generosidad y el respeto. El amor a la familia, la solidaridad y la fuerza de voluntad. El no decaer nunca. El siempre seguir adelante. Son Goku no sólo es un héroe para el mundo al que constantemente salva, también es un ejemplo de superación constante. Goku no se rinde nunca; y si se deja vencer, es con el fin de salvar a los suyos.

Es suficiente con detenerse a escuchar las canciones de la serie, para darse cuenta de su significado. Después de todo, no distan tanto del poema de Kavafis. La lucha no es más que la que uno mantiene consigo mismo y con el mundo para seguir adelante, aprovechando la vida al máximo, segundo a segundo, continuando el viaje…

“...vols ballar, amb mi,
en aquest difícil camí de llum i ombra?
encara m'estimes?
vols que continuem el viatge junts...?”

“...a vegades vull mirar enrere,
a vegades vull mirar cap a una altra banda,
però lluitaré amb amor, coratge i orgull...”

Sorprende como una sola canción puede traer tantos momentos, tantos recuerdos. Tanta emoción.

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Links de interés y recomendaciones:

-No aconsejo de ningún modo ver la recién estrenada “película” Dragon Ball Evolution, es un atentado a la mítica serie.

http://www.youtube.com/watch?v=w-NIec9CYxc

http://www.youtube.com/watch?v=GLcVciLV2dw

domingo, 26 de abril de 2009

No es otra más de caballeros




Un musical divertido, lleno de colorido, buenos actores y decorados minuciosamente elaborados que van cambiando constantemente durante dos horas y cuarto al ritmo de alegres canciones, dando vida al teatro. Cedida por los Monty Python’s, dirigida por Tricicle y ambientada en la Edad Media, Spamalot representa la búsqueda del Santo Grial por parte del rey Arturo y sus inseparables caballeros.

Antes de verla, podría parecer infantil: caballeros rechonchos, una princesa del lago, vacas de goma y conejos de peluche plasmados en portada. Incluso ya uno en su asiento, al echar un vistazo a su alrededor y ver una cincuentena de niños inquietos medio-sentados, medio-de-pie, esperando impacientes el comienzo de la función, podría pensar que se ha equivocado de lugar. Nada más lejos; de infantil, cero.

Ya al poco rato de empezar, salen a escena un cura y una monja que, simulando estar enamorados, bailan de forma escandalosa, haciendo piruetas por todo el escenario y dejando al descubierto entre salto y salto su ropa interior. No es el único momento en el que se pretende caricaturizar a la Iglesia. A mitad de la obra, un cura (diferente al anterior) se pasea por las calles de una aldea con una bolsita entre sus manos pidiendo “que alguien le eche una mano a los pobres”, a lo que uno de los caballeros responde arrancándose una mano y poniéndola en la bolsa. Pero aquí no acaba el sarcasmo, pues el momento más crítico de todos viene al final, cuando el rey Arturo lee en la Biblia las instrucciones sobre cómo quitarle la anilla a una granada. Una crítica tras otra a la religión, huella inconfundible de los Monty Python’s.


No creo que los niños entiendan tales escenas, ni tampoco porqué de repente uno de los caballeros aparece en cueros, tan solo tapado por un minúsculo tanga de lentejuelas que reza la palabra “Lanzelot”; como tampoco que adivinen porqué las bailarinas, cada una con una letra de la palabra “Camelot” pintada en su pecho, al juntarse forman, erróneamente, la expresión “t la come”.

No, definitivamente no creo que los más pequeños entendieran demasiado. Supongo que se quedaron con los disfraces llamativos, la melodía de las canciones y con los graciosos animalillos que daban saltos por el escenario. Aún así, a pocos niños oí reír; lo que sí vi fue a más padres preocupados.

Una obra muy crítica sí, pero a mí me gustó. De vez en cuando va bien que el arte nos despierte el espíritu inconformista que tenemos dentro, casi siempre callado, durmiendo.

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Links de interés:



Véase también la película de los Monty Python’s “La vida de Brian”: http://www.youtube.com/watch?v=y40fXnVCmhI



miércoles, 22 de abril de 2009

Ruidoso silencio






El silencio, el silencio absoluto. El no hablar ni oír palabras, gritos, sonidos remotos, ni tan solo susurros. El no ruido que nos relaja y libera de los chillidos del mundo cuando llegamos a casa y nos dejamos caer, exhaustos, sobre la cama. Una sensación placentera que nos evita prestar atención, escuchar nada...

¿Silencio absoluto? No, el silencio absoluto no existe. Aunque no escuchemos, siempre oiremos algo. El silencio no es mudo, también habla. Habla de amor cuando dos personas se miran a los ojos, quietas y abrazadas, sin pronunciar palabra; de tristeza, cuando invade la habitación de aquel que agarrado a su almohada, con los ojos vidriosos y la luz apagada, intenta sin éxito conciliar el sueño; o incluso de vida, cuando acompaña al sol en el lento despertar de un nuevo día.

Y las veces que calla, para dejarnos descansar y saborear la paz que nos brinda, somos nosotros los que queremos hablar. Rompemos el silencio, abarrotándolo de conversaciones con nosotros mismos, con nuestro interior. Nuestra mente, inquieta, no puede dejar de preguntarnos y de preguntarse a sí misma cualquier cosa, cualquier duda, constantemente, en busca de una respuesta.

Sólo cuando nos dormimos dejamos de oír al mundo. Caemos en un coma profundo, enmudeciendo la voz de nuestros pensamientos. Aunque entonces, volvemos a quebrar la paz que nos traía el reposo: nos adentramos en el reino de los sueños. Y hablamos, reímos, cantamos y vivimos dormidos una ficción que nos sabe a realidad.

Silencio, ¿qué eres? Si siempre que no estás se oye algo, y cuando vienes, también. Que hasta nuestro respirar es sonido, incluso el eco de nuestros pasos o la cadencia de nuestros latidos. Que es imposible acallar al mundo, borrar todo sonido. Siempre oiremos algo, aunque sea tan tímido como un murmullo, y aunque no venga de fuera, de nada de lo que nos rodea; sino de dentro, de un rinconcito perdido de nuestra cabeza.


viernes, 10 de abril de 2009

Haikus varios...






Arranca el mar
la arena de la playa
para llevársela consigo



Convierte la noche
el mundo en ciego;
palpo para ver


Muere la lluvia
al absorberla la tierra
sedienta de cielo


Burlábase el día,
creyéndose más sabio que la noche
por crear luz


Sonreía la ofendida,
pues sabía que los enamorados
prefieren su negrura


Pide al cielo
que le regale su magia
vestida de blanco


Cierro los ojos,
sé que estoy en mi tierra;
huele a mar

jueves, 9 de abril de 2009

Un pecado muy apetecible...



“Falta culpable de esfuerzo físico o espiritual; acedia, ociosidad (Catecismo de la Iglesia Católica 1866, 2094, 2733)”. Más comúnmente conocida como la pereza, uno de los siete vicios o pecados capitales enumerados por Santo Tomás.

Largo y tendido ha flotado en el ambiente esa mezcla de pavor y tirria hacia “el holgazán”, hacia aquel que no entregaba cada segundo de su vida al trabajo o a servir a Dios, su dios. Se exigía un rendimiento extremo, no caer en la ociosidad. Ya lo dijo Napoleón: “cuanto más trabajen mis pueblos, menos vicios habrá”.

Producir, producir y producir. ¿El tiempo que no se destinaba al oficio? antieconómico. Fueron muchas las personas sobreexplotadas a causa de esta obsesión por trabajar anclada en la mente de los que precisamente poco (o nada) lo hacían. De sol a sol, sin tiempo casi de respirar y mucho menos de vivir, cantidad de generaciones vivían únicamente para y por su oficio. Podría decirse que más que humanos eran máquinas, aunque claro, no el tipo de máquinas con las que nos obsequió la Revolución Industrial.

Una revolución que si bien parecía traer consigo el apocalipsis al obrero, poco a poco le dio pedacitos de paz. Pues fue entonces, a partir del siglo XIX, cuando a modo de regalo se fue dando a los trabajadores trocitos de vida, cada uno válido por un tiempo concreto. Una hora, dos, tres… momentos de libertad, para disfrutar, para estar a solas consigo mismo y con los demás. Y poco a poco, fueron siendo cada vez más. Vino así el ocio temido, temblando clérigos y capataces, para instalarse definitivamente. Eso sí, tras infinidad de quejas y mucho reivindicar.

Paul Lafargue, uno de sus incondicionales, reclamó repetidamente en sus escritos el “derecho a la pereza”, entendida no como algo negativo sino como una liberación de la esclavitud laboral; como una manera de romper con lo que él llamaba “la manía de trabajar”, la ofuscación por no parar ni siquiera para tomar aliento.

Poco a poco, el ocio se abrió paso en la vida de cada individuo, buscando un hueco en ella. Y así, la gente comenzó a reunirse en el espacio público para disfrutar de su (poco) tiempo libre. Ferias ambulantes, circos y parques eran puntos de encuentro comunes, lugares idóneos para relacionarse con conocidos y desconocidos, los mejores escenarios para la socialización.

Pero de estar en la calle se pasó a un cuarto, amplio pero aún así cerrado: nace el cine, que no mata pero debilita a la mítica feria. Y luego aquella enorme pantalla dio lugar a otra más pequeña, que se veía en una sala aún más pequeña también: la televisión, que ya sí que deja medio muerto al ágora. La gente se recoge en sus casas, se aísla en su espacio más íntimo del mundo exterior para, evitando la realidad, sumergirse en la ficción.

Parece ser que padecemos agorafobia y nos da miedo disfrutar de nuestras calles, campos y ciudades. Parece, sí, que también tenemos cierta fobia social, pues preferimos pasarnos una tarde entera contemplando imágenes varias proyectadas por un rectángulo de circuitos antes que verlas en directo con nuestros propios ojos, desde nuestra propia experiencia y con otros seres de nuestra especie. Que nos inclinamos más por interactuar con un objeto inerte antes que con un amigo de carne y hueso.

Como destaca el catedrático Manuel Cuenca, estamos ante una clara tendencia al individualismo en detrimento de lo colectivo y lo público; y ante un incremento de las tecnologías de la comunicación que realmente se acompaña de una gran incomunicación.

Los tiempos cambian y el ocio también. Si bien progresivamente hemos tenido más tiempo para disponer de él, cada vez lo hemos aprovechado menos. Qué se le va a hacer, no hay que mirar hacia atrás pues el pasado, pasado está, y el futuro es la esperanza… ¿no?

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Links de interés