miércoles, 22 de abril de 2009

Ruidoso silencio






El silencio, el silencio absoluto. El no hablar ni oír palabras, gritos, sonidos remotos, ni tan solo susurros. El no ruido que nos relaja y libera de los chillidos del mundo cuando llegamos a casa y nos dejamos caer, exhaustos, sobre la cama. Una sensación placentera que nos evita prestar atención, escuchar nada...

¿Silencio absoluto? No, el silencio absoluto no existe. Aunque no escuchemos, siempre oiremos algo. El silencio no es mudo, también habla. Habla de amor cuando dos personas se miran a los ojos, quietas y abrazadas, sin pronunciar palabra; de tristeza, cuando invade la habitación de aquel que agarrado a su almohada, con los ojos vidriosos y la luz apagada, intenta sin éxito conciliar el sueño; o incluso de vida, cuando acompaña al sol en el lento despertar de un nuevo día.

Y las veces que calla, para dejarnos descansar y saborear la paz que nos brinda, somos nosotros los que queremos hablar. Rompemos el silencio, abarrotándolo de conversaciones con nosotros mismos, con nuestro interior. Nuestra mente, inquieta, no puede dejar de preguntarnos y de preguntarse a sí misma cualquier cosa, cualquier duda, constantemente, en busca de una respuesta.

Sólo cuando nos dormimos dejamos de oír al mundo. Caemos en un coma profundo, enmudeciendo la voz de nuestros pensamientos. Aunque entonces, volvemos a quebrar la paz que nos traía el reposo: nos adentramos en el reino de los sueños. Y hablamos, reímos, cantamos y vivimos dormidos una ficción que nos sabe a realidad.

Silencio, ¿qué eres? Si siempre que no estás se oye algo, y cuando vienes, también. Que hasta nuestro respirar es sonido, incluso el eco de nuestros pasos o la cadencia de nuestros latidos. Que es imposible acallar al mundo, borrar todo sonido. Siempre oiremos algo, aunque sea tan tímido como un murmullo, y aunque no venga de fuera, de nada de lo que nos rodea; sino de dentro, de un rinconcito perdido de nuestra cabeza.


No hay comentarios:

Publicar un comentario