lunes, 25 de mayo de 2009

Existir



¿Somos?, ¿No somos?, ¿Qué somos?

Años atrás, alguna vez puse en duda mi existencia y la de toda la gente que me rodea. Puedo estar más o menos segura de que yo sí que soy algo, pues la voz de mi pensamiento me advierte de que pienso ¿Pero quién me asegura a mí que los demás son, y no son un juego perverso que se ha inventado mi mente para no aburrirse? Podrían ser meros hologramas, un mundo de imágenes ficticias…

Divertido pensarlo, aunque tardé poco en olvidarme de esa idea, quizás por considerarla demasiado egocéntrica. Me planteé entonces otra más ortodoxa. Quizás seamos personajitos que nazcamos, crezcamos y nos reproduzcamos para al morir reencontramos con nuestros familiares y amigos que fueron pero ya no son… Sin embargo, esta opción tampoco calmaba mi sed de saber, sino que me despertaba más incertidumbre. ¿Qué se hace en la muerte? ¿Toda la muerte viviendo una nueva vida? ¿Existe el sueño? ¿Se silba? ¿Se come? ¿Y los animales, también se reúnen?

Bastantes dudas. Así que me pasé a analizar otros caminos, como el que propone el Budismo. Tal vez todos seamos siempre los mismos, y nuestras almas se vayan reciclando constantemente, ocupando cada vez un cuerpo distinto… Sin embargo, me cuesta creer que los peces tengan, entre branquia y branquia, una mente humana.

Sé que se han propuesto más vías para justificar nuestra existencia. Sin embargo, la verdad es que me resulta difícil creer a ciegas en ninguna. No es que sólo me fíe de lo que pueda ver y tocar, puesto que tampoco puedo asegurar qué es lo que estoy viendo y tocando. Pero es cierto que me resulta difícil encontrar una explicación convincente a “todo esto”. No sé si creo, ni qué creo si es que creo. No sé si habrá paraísos o infiernos, nirvanas o purgatorios. Sólo sé que espero que pase mucho tiempo antes de descubrirlo…


sábado, 23 de mayo de 2009

Recogiendo estrellas...



"La ignorancia es la noche de la mente,
pero una noche sin luna y sin estrellas"


Confucio


Si algo ha conseguido este blog es hacerme sentir que no hay nada más estimulante que seguir aprendiendo algo nuevo cada día. Me gusta pensar que es cierto que nunca nos iremos a dormir sin un conocimiento más con el que enriquecer la galería de nuestro pensamiento. Una nueva palabra, una canción, un beso o incluso un sabor desconocido. Todo ello son pequeñas estrellas que vamos recogiendo a lo largo de nuestra vida para que nos guíen en cada paso que demos, en cada intento ambicioso de rozar la luna...

Donde habite el olvido...



"Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido"

Luís Cernuda



Aún estaba en el instituto cuando descubrí este poema. Me acuerdo como si fuera ahora de esa escena, de estar escuchando embelesada desde mi pupitre cada palabra…

Recreando en mi mente una imagen. Un triste cementerio en el que montones de lápidas se ahogan silenciosamente entre hambrientos hierbajos. Lápidas esculpidas, adornadas con un nombre grabado. Un nombre que el viento va arrancando a embestidas, para llevárselo consigo a ninguna parte.

Y es que, ¿qué es cada una de nuestras vidas al convertirse en muerte sino un nombre perdido entre el tumulto de otros miles? Nos recordarán, sí. Por ser más listos o más bobos, por haber aportado algo a la humanidad o por haber fracasado en el intento. Pero con el paso de los días, de los meses, de los años, los que en un momento pudieron habernos recordado se pasarán a nuestro lado. Y entonces sí, ya sólo seremos unas pocas cenizas con un nombre.

Entonces ya estaremos allá, allá lejos… donde habite el olvido.

Fragmentos de realidad...



Recordando Mirall trencat, de Mercè Rodoreda...

Una torre decadente de estancias elegantes y envuelta por árboles señoriales, hogar de una familia de clase alta. Pero también un símbolo de vida y de muerte. Es en esta misma torre donde nace y muere el amor entre María y Ramón, dos hermanos que durante largo tiempo ignoraron serlo.

Al enterarse de su parentesco, presa de la rabia y el dolor, Ramón abandona la mansión dejando a María sin fuerzas para seguir adelante. Ella, esclava de su pasión y títere del sufrimiento, se lanza a los brazos de la muerte, expeliendo su último grito cuando su débil cuerpo de niña es atravesado por el tronco del laurel que reposa sereno en el patio… apuntando siempre al cielo con desafío…

A partir de entonces, poco a poco el vacío se va apropiando de la mansión. El silencio susurra en cada rincón. Y la torre se va convirtiendo en un baúl lleno de recuerdos de un tiempo perdido, de una juventud acabada y de una familia separada… de los despojos de unas vidas que estuvieron llenas de muerte y que ahora descansan bajo un cielo azul, infinito.

Se rompe así una realidad ficticia que quedará perdida en el tiempo pero conservada en el lugar más profundo del corazón de todos aquellos que a través del espejo de Mercè Rodoreda hemos disfrutado contemplándola...

El ritual del sábado noche


Entre los jóvenes, suele seguir siempre una misma pauta: se queda con los amigos, se cena y se va a bailar. Lo primero es ponerse de acuerdo en el día, para que todos podamos asistir. Cuando éste llega, las chicas nos pasamos toda la tarde ante el espejo o salimos en busca del vestido perfecto. Al llegar la hora, vamos al lugar acordado y esperamos inestablemente en nuestros zapatitos de tacón durante, como mínimo, media hora, a la espera de que llegue el más tardón. En el momento en que ya no falta nadie, nos dirigimos toda la troupe a un restaurante económico (que normalmente acaba siendo un asiático), para pedir el plato más barato de la carta y gastarnos el resto de dinero en sangría, para “alegrar” la noche.

En cuanto a la disposición, cada uno se sienta al lado de aquel que le resulta más simpático o, según como, más atractivo. Se van formando así pequeños grupos y se entablan conversaciones diferentes, pero al mismo tiempo parecidas, ya que los temas son más o menos siempre los mismos: chic@s, fiestas, estudios y fútbol. Recordamos cenas pasadas, cotilleamos, criticamos a los que no están presentes y comentamos lo mucho que nos encanta la ropa de los que sí han venido. También suele haber siempre alguien que recuerda anécdotas, a su parecer graciosas, de alguno de los allí sentados (al que curiosamente no le parecen tan divertidas), con lo que todo el mundo ríe a carcajada limpia.

Mientras, alguien saca su cámara de fotos para inmortalizar ese momento en el que los chicos ya se han manchado la camisa y a las chicas se nos ha corrido el rímel, para colgar acto seguido las fotos más ridículas en Internet y recordarlo años después con cariño. Cuando se ha acabado de cenar y el colectivo ya no sabe de qué más hablar comenzando así a desvariar, pagamos y vamos a algún parque perdido, donde hacemos uso de la “magia del botellón” (por si aún no lleváramos suficiente alcohol en las venas). Al acabarse el material o ser requisado por la policía, nos internamos en alguna discoteca, cuya música se apodera de nosotros hasta el amanecer, momento en el que nuestros estómagos, ojos y piernas nos piden una tregua.

Nos retiramos, nos besamos, nos decimos que nos queremos y pactamos volver a vernos cuando los estudios nos dejen respirar...

jueves, 21 de mayo de 2009

Dos mundos desiguales, una única realidad



Desnutridos, cansados, débiles y en las manos un sueño que se les escabulle entre los dedos: entrar en España. Así es como llegan a la frontera entre Marruecos y Melilla centenares de emigrantes procedentes de diversos países africanos como Senegal o Camerún, presas del hambre y la pobreza. ¿Su delito? Haber nacido en un lugar en el que el acceso a los recursos para nosotros indispensables es una utopía.

Víctimas de esta desigualdad ya en el vientre materno, al ser jóvenes intentan buscar un camino que les aleje de tal injusticia. Ven en Europa un mundo aparte y en él depositan la esperanza de una vida mejor. No es por gusto, es por necesidad. Son conscientes de que sus países natales no van a evolucionar… No pueden, no hasta que el resto de estados se solidaricen y les ayuden a salir del profundo pozo en el que se encuentran.

Sin embargo, esta solución es ilusoria, ya que fueron estos mismos territorios ricos los que les arrojaron a tal suerte en aquella época en la que el hombre blanco proclamaba a gritos su supremacía y sometía al llamado “de color” a su voluntad con tal pretexto. Fue entonces cuando a partir de la diferencia en el color de la piel, cultura y religión nació una desigualdad de etnia, no natural pero que se convertiría en universal y que perseguiría a las tribus autóctonas de dichas regiones hasta nuestros días.


Difícil es que los antiguos culpables se conviertan ahora en salvadores. Los estados ricos hacen oídos sordos ante esta injusticia, se limitan a expulsar a los inmigrantes cuando llegan a su dominio pidiendo ayuda, tratándoles como animales si es necesario. Les interesa que existan las desigualdades, puesto que son funcionales. Se necesitan recompensas desiguales para que el sistema funcione. Si no hay pobres, tampoco habrá grandes ricos.

En lugar de tanta inversión para mantener un sistema consumista, para financiar guerras, y para volvernos más ambiciosos, ¿no podría destinarse ese dinero a ayudar a los países que lo necesitan? ¿Cuánta gente más debe morir desnutrida o por enfermedades curables con un simple medicamento para que decidamos actuar? Si abriésemos los ojos para mirar a nuestro entorno, más allá de a nosotros mismos, no habría tantas vidas malgastadas en sobrevivir y el mundo se acercaría un poco más a ese concepto tan utópico al que llamamos igualdad.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Un Anillo para atraerlos a todos... y atarlos en las tinieblas




Hace ya bastante del lanzamiento a la gran pantalla de esta creación de Tolkien. Tan sólo tenía 13 años cuando vi por primera vez La Comunidad del Anillo. Mi mejor amiga me convenció para ir a verla, y al final de la película se lo agradecí. Cada escena me embaucó. Y justo salir del cine, comenzó nuestra adicción…

Al poco de salir en vídeo, la compramos. Nos pasamos tardes y tardes de sábado frente a la tele, mirando siempre la misma cinta. Y de tanto verla, nos aprendimos los diálogos. Una y otra vez, nos enzarzábamos en conversaciones ficticias repitiendo los fragmentos que más nos gustaban. Soñando que cabalgábamos por toda la Tierra Media, entre criaturas fantásticas y peligros ocultos.

Y cuando se estrenó Las Dos Torres, la alegría fue enorme. A diferencia de los que se cansaban de tanta batalla, nosotras nos alegrábamos de que fueran tan largas. Las tres horas y pico que duró la película se nos pasaron como si nada. Es más, habríamos preferido que hubiese sido mucho más larga…

Estuvimos un tiempo esperando, hasta que volvió. El Retorno del Rey, que en vez de poner un punto y final, incitó a nuestras mentes a seguir volando en ese cuento de ficción…
Conseguimos nuestro propio Anillo, imitamos las espadas, adiestramos a nuestros propios caballos imaginarios y nos leímos (a medias) la saga.

Ahora podría pensar que esa fascinación por la trilogía estaba justificada por mi corta edad, que eran cosas de niños. Sin embargo, no lo creo. Sigo pensando que ese mundo mágico de hobbits y elfos siempre me resultará atractivo, y sigo sin dudar un segundo al colocar esta película en el primer puesto de mi lista de favoritas. Y de vez en cuando, le quito el polvo a esas cintas de vídeo y saco a pasear un sinfín de recuerdos. Recorro los prados de la Comarca hasta sumergirme prudente en las profundidades de Mordor. Y sí, alguna lágrima hace amagos de asomarse, pero como dijo Gandalf…

“No diré no lloréis, pues no todas las lágrimas son amargas”.

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Sobre el buen periodismo...

Quizás suene a recurrente o poco original acudir a Kapuscinski. No dudo que haya miles de ensayistas seguramente igual de interesantes, cada uno padre de otras muchas e ingeniosas creaciones. Sin embargo, si me he decantado por analizarlo a él es básicamente porque aún me acuerdo de sus palabras. Y si las recuerdo es, sin duda alguna, porque me dejaron huella.

“Los cínicos no sirven para este oficio” no es una receta mágica que proponga los ingredientes necesarios para crear tu propia pócima de triunfo periodístico. Tampoco podría ser considerado el típico ensayo, al menos formalmente, ya que se trata de una transcripción de tres debates protagonizados por Kapuscinski. Sin embargo, siga un modelo estándar o no, consiguió matar de un tiro los pájaros que aún podían revolotear desorientados por los senderos de mi mente.

Se dice del cínico que es aquel que no muestra vergüenza en mentir o en practicar acciones o doctrinas vituperables e impudentes, que falten al respecto ¿Podría entonces una persona así ser un buen periodista? Esta es la pregunta no formulada explícitamente pero sí respondida, y de forma evidente, con un “no” rotundo a lo largo del ensayo. Y es que esta (y esperemos que también nuestra) profesión exige conocer el entorno y respetar a la gente sobre la que se escribe. Como bien dice Kapuscinski, el periodista no se puede limitar a redactar desde un despacho sin salir a la calle, sin enfrentarse cara a cara a los hechos, trabajando de la mano de la superficialidad.

Práctica y realista. Así es la obra de Kapuscinski. Fiel a su compromiso de no huir nunca de la realidad que nos envuelve, siempre con los pies en la tierra. El idealismo y la fantasía no tienen lugar en este ensayo, a diferencia de la denuncia y la crítica, las mejores armas para derrotar la mediocridad. Y es gracias a este inconformismo de Kapuscinski, a sus críticas y realismo, que comencé a entender que los medios de comunicación no son meros mensajeros; ni son inocentes ni ingenuas cada una de sus decisiones, selecciones o emisiones. Fue entonces cuando comencé a comprender que como empresa que son, el dinero es lo que realmente los mueve.

Pero lejos de desmotivarme, este ensayo me estimuló a seguir adelante. Puede que según que periodismo sea simplemente una pobre imitación del ideal, pero para eso estamos los que temerosos entramos en el mundillo de la información. Para cambiarlo para mejor. Quizás ese buen periodismo sea como Ítaca, y tengamos que esforzarnos en intentar atraparlo sin poder llegar nunca a vislumbrar su puerto. Pero sólo así, teniendo en mente nuestro destino, podremos tal vez conseguir mejorar el presente de la profesión.

Y quizás de aquí unos años no haya tanto cínico disfrazado de periodista, pero sí más intentos de periodista honrado.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Jugando con refranes...


He aquí mi wellerismo:

"Tanto monta, monta tanto" dijo el asno subiendo a espaldas de su amo.



Mientras iba pensando yo en mí wellerismo, también me ha apetecido ponerme a jugar con algunos refranes conocidos, modificándolos en parte, haciéndolos más divertidos...


Después de la tormenta viene arreglar el tejado.

Pan para hoy y michelines para mañana.

El pez grande se come al horno.

Me viene como anillo al cuello.

¡No cantes, Victoria, o hará mal tiempo!

A caballo regalado, vigila que no tenga troyanos dentro.

Urticante



Que pica. Este blog es propicio a producir en quien lo lee una comezón semejante a las picaduras de ortiga. A medida que uno avanza en la lectura, ciertas palabras pueden escocer hasta formar herida. Hay temas que duelen a quien difiere de las posturas que aquí se expresan. Otros pueden originar un inquietante hormigueo que tienta a pensar la vida de forma más crítica. Es un blog que a veces pica y otras incita a desarrollar opiniones. Como la ortiga, puede ser molesto e irritar al incauto que cae de pleno en él. Pero también puede utilizarse como remedio depurativo, que te limpia la mente de pensamientos ingenuos.

Y a quien le pique, que se rasque.


sábado, 9 de mayo de 2009

The boy in the striped pyjamas




La leí en inglés, me encantó. Es una novela amena, sencilla y de vocabulario nada estrambótico que no plantea dificultad alguna para ser comprendida. Pocas veces tuve que levantarme en busca del diccionario, pues las palabras más complicadas dejaban de serlo gracias al resto, a la utilidad del contexto.

Me gusta, de vez en cuando, leer en este idioma. Una misma novela, según la lengua en la que se haya traducido, parece otra. No sé qué tal será en castellano, si también tendrá la sensibilidad de la versión inglesa fundida en cada palabra. Sólo sé que en inglés consiguió cautivarme.

No suelo leer historias de guerra, me hinchan el cuerpo de una sensación mezcla de rabia e impotencia. Me hieren, y duele. Pero este libro no habla de batallas, de torturas ni de bombas; no se recrea en los muertos, ni en las mil formas de matar a una persona. Es verdad que intuye injusticias, la injusticia que sufrieron miles de personas encerradas entre murallas de piedra y vallas de alambre; pero lo que pretende no es detenerse a detallar la perversión de una época, sino destacar una tímida bondad que asoma la cabeza para intentar respirar entre el inmenso tumulto de crueldad, pero que acaba por ahogarse de forma literal.

La bondad de dos niños físicamente diferentes, de nacionalidades también diferentes, pero de corazón igualmente puro que no entienden de creencias ni de bandos sino de amistades verdaderas. Sin embargo, la guerra no se apiada de nadie, ni siquiera de los más indefensos. Y por eso, ese final tan espeluznante…

Bruno consigue saltar la pared para estar con su amigo. Los dos vestidos de la misma forma, juegan a estar en el mismo lado del muro, en el mismo bando. Cogidos de la mano, entran en una habitación abarrotada de gente. Los párpados pesan. Poco a poco, los ojos se van cerrando. Hasta que se quedan dormidos, para siempre. Y todo por haber estado en un lado determinado de la valla. Todo por llevar la cabeza rapada y un pijama de rayas.

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Una cita de ficción

Pasan tres minutos de las cinco de la tarde. Lisa espera con una humeante taza de leche entre sus manos, sentada en un café bohemio de Springfield. Le extraña que Andrés Hurtado se retrase. No importa, la tarde se presenta interesante. Hace tiempo desde la última conversación filosófica, en la que compartieron tantas dudas existenciales…

Lisa: ¡Andrés! Me alegro de verte –exclama levantándose, dibujando una tímida sonrisa.

Andrés: Hola Lisa, siento mucho el retraso –dice cabizbajo.

Lisa: No te preocupes, he aprovechado para adelantar mis deberes de aritmética ¿Qué tal estás?

Andrés: la verdad, bastante disgustado. Estoy en un momento de mi vida bastante crítico. Creo que me he equivocado de carrera, no tengo demasiados amigos, no le acabo de encontrar el sentido a la vida… y para colmo, mi padre no me comprende.

Lisa: Tranquilo, no eres el único que se encuentra perdido. Yo a veces también me siento completamente incomprendida en este mundo de locos. Soy joven, y por eso, nadie me escucha. Sólo tú. Bueno, tú y Stacy Malibu. Aunque sus oídos de plástico dudo que dejen que mis palabras se filtren hasta llegar a su cerebro.

Andrés: Gracias por intentar animarme Lisa, pero es difícil remontar. Solo de pensar que al volver a casa tendré que enfrentarme de nuevo a mi padre, a sus gritos, a su instinto de superioridad, a su desprecio… ¡qué los revolucionarios somos unos majaderos dice! ¡No tiene ni idea de lo que habla! Malditos sean él y su querido ejército…

Lisa: Vaya, Andrés, como lo siento… en realidad yo tampoco acabo de congeniar con mi padre. ¡A veces me pone de los nervios! No aprecia mi talento musical, no me lleva a las exposiciones de arqueología… ¡y ni siquiera quiso probar el gazpacho que le preparé el otro día! Prefiere alimentar su estómago a base de indefensos animalillos…

Andrés: Definitivamente, nada tiene sentido.

Lisa: Solo nos queda rezar a Dios, a Buda y a Bob Esponja.

Andrés: No me hables de Dios, que por culpa de los clérigos el mundo va como va…

Lisa: Tienes razón, tampoco soy yo muy devota. No sé muy bien qué o quién es Dios, solo sé que es más poderoso que papá y mamá juntos.

Andrés: ¿Qué podemos hacer pues? Si ser feliz parece imposible. No se puede confiar en nadie ni en nada…

Lisa: Si es que la felicidad es inversamente proporcional a la inteligencia. Así que lo tenemos difícil. Sólo nos queda refugiarnos en los números, en la ciencia… y en los dibujos animados.


*Este es solo un fragmento de la intensa conversación entre Lisa Simpson y Andrés Hurtado (protagonista del Árbol de la Ciencia). Mi compañera también ha reflejado en su blog una parte del curioso encuentro: http://sirkermarch.blogspot.com/

Links de interés

viernes, 8 de mayo de 2009

Aquella niña amarilla


La verdad es que nunca me había detenido a analizar, ni siquiera mentalmente, a este personaje. No es protagonista, ni tampoco la más graciosa de la serie. Quizás “Los Simpson” podrían haberse concebido y triunfado entre el público igualmente sin ella, quién sabe. Aunque de no haber existido, lo más seguro es que el desmadre de estos dibujos se habría multiplicado.

No es que me sienta identificada con ella, que al mirar esa figura amarilla vea en ella mi propio reflejo. Es más, he de reconocer que al principio me generó cierta antipatía y que siempre me he reído mucho más de las andaduras de su hermano que de sus monólogos científicos. Sin embargo, al detenerme un segundo a reconsiderarla, me he dado cuenta de que tampoco somos cielo y tierra.

Ella es…

La perseverancia personificada. Tiene una fuerza de voluntad de hierro que le lleva a perseguir y alcanzar todas las metas que se propone. Mi voluntad más bien es de aluminio, pero también sabe resistir cuando algo se me instala entre ceja y ceja.

Luchadora. Sus creencias son claras, definidas y siempre está dispuesta a defenderlas. No se rinde, sino que combate día tras días para que se cumplan sus ideales y acaben lo que ella ve como injusticias. Yo quizá me tome algún día de descanso en esa lucha, pero si peligra algo en lo que creo firmemente, lo defiendo a golpe de palabra.

Soñadora. Y enamoradiza. Tener los pies en la tierra la mayoría del tiempo no le impide elevarse hasta lo más alto de vez en cuando, para perderse entre las nubes de su imaginación, entre sus fantasías. A mí también me gusta soñar, pues aunque los sueños, sueños sean, también forman parte de nuestra realidad.

Pero también es…

Algo irritante. Y pedante. Tiende a pecar de sabelotodo, motivo principal por el cual no cae demasiado bien en su entorno. Me tomo la libertad de no sentirme identificada en este aspecto.

Si pudiera elegir, elegiría hacer una nueva serie centrada en ella. Y si también pudiera, me pintaría de amarillo, escabulléndome de la realidad para sumergirme en la ficción y situarme en el papel de amiga. Una de esas amigas que te separan un poco de los libros, y te descubren que hay mil experiencias divertidas no escritas.

¿Qué ha aportado mi personaje a la humanidad? No creo que sean muchos los que se hayan percatado de los valores que representa. Pero se merece que no sólo veamos en Lisa a una niña repelente, sino que apreciemos la solidaridad, bondad y pureza que encarna su figura.