sábado, 23 de mayo de 2009

El ritual del sábado noche


Entre los jóvenes, suele seguir siempre una misma pauta: se queda con los amigos, se cena y se va a bailar. Lo primero es ponerse de acuerdo en el día, para que todos podamos asistir. Cuando éste llega, las chicas nos pasamos toda la tarde ante el espejo o salimos en busca del vestido perfecto. Al llegar la hora, vamos al lugar acordado y esperamos inestablemente en nuestros zapatitos de tacón durante, como mínimo, media hora, a la espera de que llegue el más tardón. En el momento en que ya no falta nadie, nos dirigimos toda la troupe a un restaurante económico (que normalmente acaba siendo un asiático), para pedir el plato más barato de la carta y gastarnos el resto de dinero en sangría, para “alegrar” la noche.

En cuanto a la disposición, cada uno se sienta al lado de aquel que le resulta más simpático o, según como, más atractivo. Se van formando así pequeños grupos y se entablan conversaciones diferentes, pero al mismo tiempo parecidas, ya que los temas son más o menos siempre los mismos: chic@s, fiestas, estudios y fútbol. Recordamos cenas pasadas, cotilleamos, criticamos a los que no están presentes y comentamos lo mucho que nos encanta la ropa de los que sí han venido. También suele haber siempre alguien que recuerda anécdotas, a su parecer graciosas, de alguno de los allí sentados (al que curiosamente no le parecen tan divertidas), con lo que todo el mundo ríe a carcajada limpia.

Mientras, alguien saca su cámara de fotos para inmortalizar ese momento en el que los chicos ya se han manchado la camisa y a las chicas se nos ha corrido el rímel, para colgar acto seguido las fotos más ridículas en Internet y recordarlo años después con cariño. Cuando se ha acabado de cenar y el colectivo ya no sabe de qué más hablar comenzando así a desvariar, pagamos y vamos a algún parque perdido, donde hacemos uso de la “magia del botellón” (por si aún no lleváramos suficiente alcohol en las venas). Al acabarse el material o ser requisado por la policía, nos internamos en alguna discoteca, cuya música se apodera de nosotros hasta el amanecer, momento en el que nuestros estómagos, ojos y piernas nos piden una tregua.

Nos retiramos, nos besamos, nos decimos que nos queremos y pactamos volver a vernos cuando los estudios nos dejen respirar...

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