sábado, 28 de marzo de 2009

Siéntate y espera, está a punto de llegar





Te invito a enfrentarte a la muerte. Te invito a no temerla. A que te plantees porqué y para qué estás viviendo. A que dudes de si es necesaria tu existencia. O lo que es lo mismo, a recorrer los pasillos de la Fundació Joan Miró, con tu mente bien abierta, hasta dar con Her memory, una obra atrevida y diferente.

Decenas de lonas de papel amarillento y arrugado colgando, sin marco, de las paredes. Los dibujos que las visten, en su mayoría carentes de color, pero intensamente iluminados por los focos de la sala. Los trazos, negro carbón, delinean infinidad de siluetas femeninas. Mujeres de diferentes razas y edades que esperan, pacientes, a que llegue su hora. Seguramente, no leyeron el poema de Kavafis, pues cansadas de vivir aguardan sentadas y con flores marchitas sobre su regazo a que la muerte se las lleve de la mano.

La colección, obra de la norteamericana Kiki Smith, es un canto a la muerte a la vez que una reflexión de la vida, en el que la religión ocupa un lugar central. Muchos lienzos representan la liberación del alma al morir, su separación respecto al cuerpo inerte y el posterior ascenso hacia el cielo; otros simulan la aparición del Espíritu Santo convertido en paloma, anunciando a una mujer el momento.

Pero no todo son cuadros, también hay escultura. Bombillas recubiertas de purpurina que penden del techo, enormes y también enanas estatuas de bronce, láminas de vidrio pintadas, un ataúd de madera, sillas de papel maché, ratas y cuervos de plástico, y flores, muchas flores. Flores secas o marchitas, muestra del desvanecimiento, símbolo asociado a la muerte.

¿La inspiración de la autora? Sus propias vivencias. Como ella misma afirma en el vídeo que se emite entre cuadro y cuadro, la muerte de su hermana, padre y madre hizo que sintiera la necesidad de abarcar este tema. En alguno de los cuadros, es su hermana la que descansa en la cama, con lirios entre sus manos; en otros, es la propia Smith la que se autorretrata en la misma situación, con los ojos cerrados, esperando.


La estrategia narrativa de la obra consigue su objetivo: promover la reflexión. El observador participa, necesita hacer uso de su imaginación para comprender lo que está viendo. Primero se presenta la colección, lienzo a lienzo, habitación tras habitación. Sin más información que el título de cada cuadro, uno va intentando descubrir su significado. Hasta que, a mitad del recorrido, topa con un video explicativo en el que se muestra a grandes rasgos el proceso de creación de cada dibujo, así como su simbolismo. En ese punto, uno puede evaluar su análisis realizado y modificar algunas interpretaciones de ser necesario, para seguir escudriñando el resto de la exposición.

Si bien esta táctica ayuda a estimular nuestro pensamiento, la de poner los títulos de las obras en un folleto incita a confundirlo. Para mi gusto, cada pintura debería ir acompañada de un rótulo con su nombre. Al principio resultó divertido intentar encontrar en el mapa el cuadro ante el que estabas. Era como jugar a piratas. Pero al cabo de un rato, harta de aquel embrolloso folleto laberíntico plagado de números y salas, te cansabas de buscar el tesoro.

Otra observación constructiva: no todos los visitantes son españoles, catalanes o ingleses. A la hora de ver el vídeo, los folletos explicativos solo estaban en estos tres idiomas, con lo cual hubo gente que al constatarlo optó por no coger ninguno.

Dejando a un lado las críticas, la verdad es que me gustó la obra, tanto su contenido como su puesta en escena. Aunque a momentos me pareció un tanto tétrica e inquietante, me atrajo su originalidad, la profundidad de su trasfondo y el desafío que me sugería: desentrañar su simbolismo.




Fisuras en la cultura


¡Trabaja como un negro,

hace el indio,

y va como un gitano!

¿Discriminación?

¡Vaya cuento chino!


Qué generosa nuestra lengua, que tiene mil y una expresiones para halagar a todas las etnias. Y que desagradecidos ellos, que no saben comprenderlas.


¡Bienvenido al etnocentrismo! aunque por si no lo sabías, ya lo conocías. Nuestra sociedad, entre otras, lo utiliza. Se trata de una manera de ver el mundo desde la convicción de que la propia cultura es la principal, la mejor, la auténtica. Basta coger un mapamundi para comprobar esta tendencia: ¿quién está en el centro, ombligo del planeta? África seguro que no.

A veces y a escondidas, esta visión se codea con el racismo, que considera al otro no solo diferente, sino inferior. Son dos puntos de vista espinosos, la mayoría de veces tímidos y reservados. Cuando preguntas a cualquiera, se esconden. Resulta que no hay nadie racista, como mucho algún ordenado suelto: cada cosa en su lugar y cada mochuelo a su olivo.

Son tendencias calladitas que aparecen de forma implícita y sutil. Es el nuevo racismo. Van Dijck, lingüista holandés y uno de los fundadores del análisis crítico del discurso, lo define como diferente al del apartheid, la esclavitud, los linchamientos y al del desprecio explícito en el discurso público. Un racismo que, según Barkler, para ser democrático y respetable niega ser racismo. Se camufla en opiniones y críticas constructivas hacia el resto de culturas, que ya no se tachan de inferiores sino de diferentes con alguna deficiencia. ¡Vaya progreso! ¡Cuán enorme!

Estas opiniones nacen y crecen en una misma comunidad. Van Dijck afirma que los prejuicios e imágenes estereotipadas surgen de la sociedad y en ella se consolidan, hasta convertirse poco a poco en ideología. La cultura se alimenta del conjunto de opiniones compartidas por sus miembros, creando una sólida base de creencias negativas sobre los otros, aquellos extraños. El racismo pues, no es innato, se va aprendiendo y heredando. Su mejor mecanismo de difusión, el texto y la palabra. El famoso discurso del que habla Van Dijck.



Y aquí entran los media, poderosos propagadores de ese conglomerado de ideas, valores y actitudes. Su discurso es de masas. Su influencia, también masiva. Y su conducta, por tanto, debería ser modélica. Pero pocas veces es así. Son escasos los medios que al hablar de otras culturas no caigan en un trato desigual, que en sus noticias no discriminen al diferente. ¿Cuántas veces hemos leído aquello de “una invasión de ilegales” o “un hombre de color”, como si la normalidad estuviera en ser blanco? ¿Y cuántas hemos comprobado la facilidad con la que se insinúa el terrorismo como práctica musulmana? Por no hablar de la discriminación sexual, la anulación de la existencia femenina al utilizar expresiones como “el hombre” en lugar de “el ser humano”.

Aunque no de forma explícita, los medios ayudan a perpetuar el ideario discriminatorio, a conseguir que se asuma de forma natural como parte del sentido común, de aquello que es comúnmente aceptado por toda una sociedad. Según Van Dijk, los medios de comunicación, al igual que el resto de élites que tienen acceso al discurso público (como son los políticos o los profesores), actualmente son la fuente primaria del conocimiento y de la opinión étnica en la sociedad.

Es decisión nuestra sellar las fisuras que resquebrajan nuestra cultura, pues cada uno de nosotros es creador y transmisor de saber. Somos responsables del conocimiento que propagamos y en nuestra mano queda eliminar o perpetuar las desigualdades que nosotros mismos hemos generado.
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Links de interés


http://www.thesun.co.uk/sol/homepage/news/article2218699.ece

http://www.thesun.co.uk/sol/homepage/news/article1753543.ece

http://www.thesun.co.uk/sol/homepage/news/article88553.ece

http://www.elpais.com/articulo/espana/avalancha/inmigrantes/Canarias/sigue/llegada/nuevas/barcazas/elpporesp/20060821elpepunac_2/Tes

http://www.ultimahora.com/notas/102426-Survival-acusa-a-diario-paraguayo-del-

http://www.discursos.org/oldarticles/An%E1lisis%20del%20discurso%20ideol%F3gico.pdf

http://www.discursos.org/oldarticles/Discurso%20y%20racismo.pdf

http://www.discursos.org/oldarticles/Nuevo%20racismo%20y%20noticias.pdf

http://www.portalcomunicacao.com/esp/pdf/aab_ent/dijk.pdf

sábado, 21 de marzo de 2009

Welcome to England and have a nice rainy stay!



Nunca me imaginé paseando por la calle a la hora de merendar con un cucurucho de pescado rebozado y patatas fritas bañadas en kétchup entre mis manos. No porque no me guste el pescado, sino porque en ese momento y lugar lo normal me hubiese parecido un helado. Ya se sabe, el ser humano es un animal de costumbres. Y todo lo que no estamos acostumbrados a ver o hacer, nos parece raro.

Pero no, los ingleses ni tienen cuatro piernas ni respiran por los brazos. Tienen hábitos diferentes a los nuestros, pero no por ello más extraños. Es cuestión de familiarizarse. En tres semanas, yo tuve tiempo de semi-adaptarme, y aspectos al principio curiosos, al final se convirtieron en habituales.

Mi estancia la pasé en casa de una familia autóctona de Hastings, pequeño pueblo de la costa sur-este de Inglaterra. Annie, la madre, una treintañera parlanchina y vivaracha; Denis, un bebé recién nacido bastante llorón; y David, el padre, hermano o quizá ex novio, (increíblemente, no me llegó a quedar claro su papel) que aunque no vivía en la casa, cada día se asomaba por la puerta.

La casa en sí, como las del resto del barrio, era individual, alta y delgada. Tenía dos jardines, uno delantero y otro trasero, ambos revestidos de flores y adornados con estatuillas diversas, desde el típico gnomo hasta una tortuga de mármol; y dos plantas, completamente tapizadas con una suave moqueta beis. Resultó que era costumbre enmoquetar las casas. Por eso, la norma principal consistía en quitarse los zapatos en el recibidor. Aún así, llegar a mi habitación sin manchar nada era todo un reto: atravesar el jardín siempre embarrado por la lluvia incesante, dejar mis bambas sin salir del recuadro no enmoquetado y finalmente subir las escaleras con los pantalones empapados arremangados hasta las rodillas. Sí, es cierto, era una moqueta muy bonita, pero ¿no podría ser de un color más oscuro?


Pero este desafío, poco a poco logré dominarlo. Lo que más me costó de mi estancia fue muy distinto: enseñar a mi estómago los nuevos horarios. Con el desayuno, no hubo problema: a primera hora, la panza bien llena. El problema llegaba de la mano del lunch time y su cheese sandwich, que más que una comida se asemejaba a un segundo desayuno. Así, llegaba a las seis a casa bailando al son del rum-rum que entonaban mis tripas. Pero allí estaba el dinner, esperándome para ser devorado. Una cena que no solía defraudar mis papilas gustativas: baked beans, quiche o empanada de carne, todo me sabía a gloria. Y si era domingo, aún mejor: roast beef acompañado de un pequeño yorkshire pudding y sweet potato, sazonado con un derivado de la salsa barbacoa. Pero eran las seis de la tarde. ¡¡Sólo las seis!! ¿¿Cómo sobrevivir hasta el día siguiente?? Pronto entendí la importancia del supermarket y poco tardé en abastecer mi refugio de un inmenso arsenal de galletas de mantequilla. Sí lo reconozco, en ese sentido no llegué a adaptarme. Hubiese necesitado una estancia más larga o pasarme la mayor parte del día durmiendo.

En cuanto al pueblo, ciertamente Hastings es un buen sitio para mejorar el idioma. Teniendo en cuenta que había una media de tres españoles por familia inglesa, uno volvía a casa con un castellano indudablemente más rico y fluido. Quizás por esa spanish riot, muchos fueron los ingleses que por la calle endulzaron nuestros oídos con una elaborada sarta de insultos. Seguramente, se sentían invadidos. También es cierto que otros fueron más sutiles, y al preguntarles por una dirección, nos indicaron que el camino más corto era por mar rumbo a España. Así que no, la verdad es que no di con el mítico inglés polite al extremo. Pero bueno, de nuevo los tópicos de los que hablábamos. Habrá de todo, como en todas partes. Ni todos los ingleses pedirán perdón por pestañear ni todos serán tan sumamente maleducados.

¿Y qué hay del clima? Con un poco de suerte, lloviznaba. Pero lo que no mata hace más fuerte. Y tanto llover, me hice inmune a los resfriados. Mi ropa no tenía tiempo de secarse, así que tanto me daba si el cielo se tomaba un respiro como si llovía todo el rato. Acabas por acostumbrarte. Y lo curioso es que justo se vislumbraba un rayo de sol entre las nubes, la playa enseguida se abarrotaba. Para mí hacía frío, pero después de todo, era verano ¿no? Y la verdad es que era divertido: tomábamos un rato el sol y otro la lluvia. El paraguas siempre servía, unas veces como tal y otras como parasol.

Aunque al principio me costó emprender el viaje, la experiencia valió la pena. Es cierto que cuando viajamos, no sabemos qué nos espera en nuestro destino. Con miedo, llegamos a un mundo para nosotros desconocido. Pero lo único que necesitamos es intención. Intención de conocer el país y la cultura en la que nos adentramos, olvidando prejuicios y recelos. Comprendiendo que las diferencias entre tradiciones no son rarezas sino singularidades que las convierten en únicas. Solo se necesitan tiempo y ganas para adaptarse a las nuevas costumbres. Y entonces lo raro dejará de parecérnoslo. Tiempo y ganas, solo es eso.

Por eso, aunque pueda decir que he estado en Inglaterra, puede que sea precipitado afirmar que la conozco. Para conocerla a fondo necesitaría más tiempo. Puede que notase su aroma, sí; pero tal vez no toda su esencia.

Mejor. Así hay excusa para volver.



sábado, 14 de marzo de 2009

Todos los caminos llevan a Ítaca

Vivimos la mayor parte del hoy pensando en el mañana. Más pendientes de lo que haremos que de lo que ahora estamos haciendo. Ansiosos de que llegue una fecha determinada, contamos las horas, minutos y segundos que para ésta faltan. Matamos el tiempo. Lo desaprovechamos imaginando mil posibles futuros instantes, gozando al pensar en el gozo del que aún no gozamos pero gozaremos. Queremos que los días vuelen, que llegue ya el momento esperado. Y una vez éste viene, está y se va, comenzamos una nueva cuenta atrás.

Pero, ¿por qué ir tan rápido? ¿Cuál es la carrera? Detengámonos, no hay prisa. Como el poema de Konstandinos Kavafis exalta, la vida es un largo viaje que hay que saborear con tranquilidad. Un gran viaje de rutas diversas que se extienden hasta dónde nuestro ánimo esté dispuesto a llegar.

Con el mapa de la vida en nuestras manos, partimos hacia ciudades, campos y playas remotas. Mentalmente, viajamos con nuestra imaginación a paraísos desconocidos, ya sean reales o ficticios; así como a nuestro interior, donde inspeccionamos con detalle los parajes de nuestro pensamiento. Y a través de productos culturales como el cine o la lectura espiamos costumbres y tradiciones de sociedades pasadas, presentes y venideras. Cada lugar y momento nos enriquece un poco más. Cada nueva aventura nutre nuestra travesía, haciéndonos más sabios. Pues como dijo Leonardo da Vinci, “la sabiduría es hija de la experiencia”.

Pero la vida, como todo viaje, también tiene su destino. Si bien nuestros caminos pueden ser distintos, todos desembocan en el mismo sitio. Y mientras van llegando, se va desvaneciendo su principio. Imposible volver. Hemos llegado a Ítaca, a nuestra querida Ítaca, sí. Pero para no volver. Es un viaje sin retorno, el nuestro. Y es que al nacer, ignorantes de la vida, compramos solo un billete de ida.

Por eso, hemos de aprovechar al máximo el recorrido de nuestra aventura, aunque teniendo siempre en mente nuestro destino. Llevar a Ítaca en nuestra memoria será el estímulo que nos impulse a seguir adelante. No hemos de olvidar hacia donde apuntan las agujas de nuestra brújula. No podemos obviar que vamos a morir, pues es este final el que nos hará disfrutar más de la vida.

Si fuéramos inmortales, no valoraríamos nuestra existencia. Con toda la eternidad por delante, acabaríamos por aburrir la vida. Condenados a respirar para siempre, enloqueceríamos, agobiados ante la idea de no poder desconectar jamás de todo lo que nos rodea.

Necesitamos la muerte para vivir en plenitud, es necesario llegar a nuestra Ítaca. Pero no hemos de querer ver su puerto antes de hora, no sin antes haber cargado de nombres, países, imágenes y olores nuestras maletas; no sin haber deambulado por todos los caminos posibles y haber deleitado a nuestro cuerpo con infinidad de sabores, sentimientos y emociones.

Pues quizás no haya nada después de la muerte y de nada haya servido elucubrar tantas teorías. Quizás esté vacía. Quizás sea una isla desierta de cielo y de alegría.

Quizás nuestra Ítaca simplemente exista para hacernos vivir.



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Links de interés:


viernes, 6 de marzo de 2009

Los pilares del arte





La sombra de la crisis amenaza con oscurecer también el mundo del arte. Ferias líderes como la de Frieze o Art Basel Miami y distinguidas salas de subastas como Christie’s o Sotheby's han contabilizado un descenso en las ventas y beneficios en los últimos meses.

Los clientes que han reducido drásticamente sus compras, recientes desertores del mercado del arte, han sido principalmente jóvenes nuevos ricos. Como apunta Gilles Fuchs, presidente de la asociación artística ADIAF, se trata de los golden boys, que “invertían en autores de tercer rango” y cuyas fortunas se han esfumado con la crisis.

En cambio, los coleccionistas asentados y considerados, clientes incondicionales, siguen ahí, al pie del cañón. Y es que como destaca la especialista Ana Galván en su tesis, el coleccionismo es la base sobre la que se sustenta el mercado del arte. Sin éste, no hay mercado. Un coleccionismo que roza, en palabras de Sigmund Freud, el fetichismo. Una manía casi obsesiva de recopilar objetos con el fin de obtener placer e intentar satisfacer un deseo casi siempre insaciable de prestigio.

El arte poco a poco deviene un medio, dejando de ser un fin en sí mismo. Se convierte en una vía para conseguir poder y penetrar en las altas esferas, para ser alguien en el mundo de los ricos. Pero ojo, no todo el arte vale, solo aquel que interesa.

Las galerías, los museos y las salas de subasta son los principales pilares que aguantan el peso de este mercado, los que gozan de la potestad de decidir qué es y qué no es arte. Como afirma Galván, tal es su influencia que “la categoría de un artista, vivo o muerto, depende de su nivel de cotización en los catálogos internacionales de arte y en las subastas”. Si uno quiere hacerse un hueco en este mundillo y que el eco de su nombre resuene en todas las galerías, debe crear lo que estos núcleos de poder determinen que está al orden del día. Poco ha de importar si ello supone sumergir una cebra en formol o envolver una fregona con papel Albal.







Pero bueno, esa es la fachada del negocio del arte. No hay que olvidar su subsuelo, que no todos vemos pero existe y que en cierto modo también mantiene en pie el edificio. Un comercio oculto y paralelo que directa o indirectamente interactúa con el oficial: los robos, trapicheos y falsificaciones de obras, así como los expolios arqueológicos. Prácticas silenciosas e ilícitas que, en teoría, las instituciones legales deberían prevenir, pero que, en la práctica y en muchas ocasiones, obvian para ver crecer así sus arcas. Si bien es cierto que gran parte de las obras robadas no salen del circuito del mercado negro, resignándose a decorar sigilosamente la casa de algún mafioso, también lo es que muchas otras sí consiguen infiltrarse de nuevo en la compraventa legal.

Se roba una obra, un museo llora. Se blanquea y reinserta en el mercado, otro museo sonríe.

Según Ana Galván, los grandes museos y colecciones privadas del mundo occidental están repletos de tesoros adquiridos en circunstancias de dudosa legalidad o de clara ilegalidad. Y lo grave del asunto es que son conscientes de ello. Saben de buen grado que parte de sus fondos son fruto de la labor requisitoria llevada a cabo por parte de arqueólogos, diplomáticos y coleccionistas. Pero a pesar de ello, se muestran recelosos cuando se les exige que se desprendan de determinadas obras, como ha sucedido en el caso de los bronces chinos de la colección de Yves Saint Laurent.

Ambición al extremo. Parece ser que como dijo Frank Zappa, “el arte es hacer algo de la nada y venderlo”. No seamos ingenuos, pocas cosas funcionan “por amor al arte”.


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Links de interés

http://www.ucm.es/BUCM/tesis/19972000/H/0/H0042002.pdf

http://www.angelsbarcelona.com/artistas/agut/prensa/vanguardia_jBufill_17nov07.pdf

http://wwww.elcultural.es/version_papel/ARTE/24733/Arte_mercado_y_crisis

http://www.finanzas.com/noticias/economia/reportajes/2009-02-10/89952_arte-inversion-segura-rentabilidades.html

http://ecodiario.eleconomista.es/cultura/noticias/1073125/03/09/Caso-de-las-cabezas-de-bronce-devuelve-a-la-actualidad-el-expolio-del-arte-chino.html

domingo, 1 de marzo de 2009

El negocio del típico tópico



Nos quejamos. No nos gusta que se nos vea como a una panda de vagos y fanáticos de los toros que solo se alimenta a base de paella y cuyo deporte nacional es la siesta. Damos la culpa al resto del mundo, que no nos conoce, de esa idea estereotipada que nos envuelve.

Como apuntó Tom Burns Marañón en su obra Hispanomanía, muchos escritores extranjeros del siglo XIX, como George Borrow o Richard Ford, propiciaron en cierta manera el nacimiento de una imagen distorsionada de nuestro país.
Conocidos popularmente como los curiosos impertinentes, retrataron únicamente la realidad que les cautivaba, haciendo propaganda de una España romántica, de bandoleros y gitanos.

Sin embargo, ¿es justo echar toda la culpa a los demás?

El cine español siempre ha girado sobre sus propios tópicos. La figura de Carmen, la femme fatale española, aunque dibujada por el escritor francés Prosper Mérimée, ha sido un leitmotiv de nuestras pantallas. No se dudó en utilizar e inmortalizar esta figura junto con los tópicos que simboliza, convirtiéndola en un mito español reencarnado ahora en Penélope Cruz.

Películas como El Sueño de Andalucía, La niña de tus ojos o Volver, programas humorísticos como Los Morancos o personajes paródicos como Chiquito de la Calzada son otra muestra de la recurrencia a una imagen generalizada. Y todo ello, made in Spain. Eso sí, luego nos ofendemos cuando en un videojuego japonés aparece un personaje español vestido de torero.

El tópico atrae, especialmente de puertas para afuera. Según el antropólogo Javier Hernández Ramírez en una de sus obras, los turistas se sienten atraídos por visitar los emplazamientos donde se desarrolló la acción de la película que vieron. Además, una investigación realizada por Riley, Baker y Van Doren en 1998 demostró que las visitas a los lugares que aparecían en las películas del momento aumentaron entre un 40 y un 50% en los cuatro años posteriores a su proyección.

Los turistas buscan lo que en su país no tienen. Parten con una idea preconcebida, en su mente la imagen de un sol radiante. Disponen de pocos días de viaje y quieren dar con lo diferente. No están para jugar a los exploradores, para descubrir los lugares más recónditos de la ciudad que visitan, sino lo más característico y singular. Las agencias de viajes y las guías turísticas lo saben muy bien: España, sol y playa; las tiendas de souvenirs, también: toros de peluche y trajes de sevillana.

¿Nos encasillan? Nosotros mismos lo hacemos.

No hay que olvidar que, para bien o para mal, los productos culturales son ante todo productos, cuyo fin último es obtener beneficios. Intentando huir de los tópicos, caeríamos en la trampa de otros. No nos engañemos, el tópico vende.

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Links de interés:

http://www.travelistic.com/video/show/1313/Pamplona

http://www.juegosdb.com/juegos/playstation3/videojuegos/tekken-6.html/personajes-de-tekken-6

http://www.laciudadviva.org/export/sites/laciudadviva/recursos/documentos/25_T._TURISMO_INDUCIDO.pdf-b1b256286b2a1a99b1c03754cc810d7b.pdf

http://books.google.es/books?id=3NADAAAAQAAJ&dq=the+bible+in+spain+borrow&printsec=frontcover&source=bn&hl=ca&ei=hlepSfLYOOKJjAft2azkDw&sa=X&oi=book_result&resnum=4&ct=result#PPP4,M1